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Mil palabras para una imagen

Quedarse fuera y estar fuera

Sobre los deseos, la insatisfacción y la envidia

Para quedarse fuera de un sitio hacen falta dos cosas: la primera, querer estar dentro, y la segunda, que no te permitan entrar (por la razón que sea).

Por ejemplo, el día de la charla de Víctor Küppers en La Fresneda, hubo un grupo bastante numeroso de gente que se quedó fuera. Porque querían entrar y no pudieron. Se lo impidió un aforo limitado y una afluencia excesiva.

Digo que son necesarias esas dos condiciones porque en muchísimas ocasiones no ir a un sitio no es quedarse fuera. Por ejemplo, si Fito da un concierto en la plaza de toros de Gijón y cuando estoy yo justo al lado de la puerta se vende la última entrada, yo no siento que me quedo fuera. Porque si hay un concierto de Fito y yo estoy delante de la puerta, eso sólo puede atribuirse a la casualidad. Si mi intención no es entrar no siento que me quede fuera. Simplemente, estoy fuera.

Yo creo que la diferencia entre estar fuera y quedarse fuera es básica en la vida. En el caso de la charla, entiendo que la gente estuviera algo frustrada (el propio Küppers hablaba de que no hay que hacerse mala sangre con estas cosas que no tienen demasiada importancia, pero como no estaban dentro no lo podían saber).

Más allá de esto, creo que existen dos formas de estar fuera. La primera, la de la gente que quiere tener una vida razonablemente digna en la que no le falte lo básico y que no puede.

La segunda, la de la gente que tiene las necesidades básicas cubiertas pero está insatisfecha con lo que tiene, porque quiere formar parte de algo a lo que no tiene acceso.

Este segundo caso, en el que estamos inmersos casi todos, está provocado por el bombardeo de deseos que tenemos que satisfacer para estar completos y que, si algún día los llegamos a cumplir, se convertirán en otros deseos más ambiciosos y todavía más difíciles de alcanzar.

Nuestra mentalidad pasa por el deseo de estar dentro de cada vez más cosas. Formar parte de algo es una aspiración cada vez más arraigada. Y está, casi siempre, relacionada con el poder y el dinero. Por eso, yo creo que habría que luchar cada vez más por cambiar la sensación de quedarse fuera.

Personalmente, yo trato de ser consciente de lo que siento al respecto. Creo que observándose a uno mismo y viendo las cosas con perspectiva se pueden dar muchos pasos en la dirección adecuada. Ver que lo que piensa todo el mundo que mola quizá no mole tanto es siempre un alivio.

Por ejemplo, si voy a Puerto Banús, aparece ante mis ojos uno de esos flamantes Ferraris y analizo mis sentimientos, experimento respecto a esos ricachones una sensación parecida a la que me producen los actores porno. Así como del actor envidio sus aptitudes pero no su profesión, del ricachón envidio el dinero pero no la forma en que se lo gasta.

Y es cuando llego a la conclusión de que la envidia es la clave de todo. Porque lo que siento es, sencilla y llanamente, envidia. Vivimos en un mundo que en gran medida alimenta el que sin duda es el vicio más ponzoñoso que existe.

Y nada de suavizar la cosa cuando es uno quien la siente llamándola envidia sana. Como ya he dicho, esa expresión es un oxímoron con todas las letras. Envidia es estar jodido por algo que otros tienen y tu no. Eso no puede ser sano. Eso es siempre malo. Hay grados de envidia, no envidia sana e insana.

La admiración es otra cosa. Te sientes invadido por una especie de placer provocado por las virtudes o aptitudes de otra persona. Si envidias, sufres, sea en el grado que sea. En el momento en el que empiezas admirar a alguien, dejas de envidiarlo, y ya no estás dentro ni fuera sino en un extraño espacio que es pura satisfacción. Y salud.

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