Por fijarse demasiado en reyes, pajes y demás elementos de la comitiva real en la cabalgata de Reyes, escapan innumerables expresiones de inocentes caritas que miran a sus majestades con ojillos de admiración o temor. Y ves pequeñajos que al paso de sus majestades esconden con temor en sus bolsillos el chupete, porque seguro que mamá les dijo que tienen que dejárselo a los Magos. Y en la chiquilla de poco más de dos años que sujetaba en mis brazos sentí la aceleración de los latidos del corazón, casi de pajarillo, al paso de Baltasar, el Rey que ella prefiere. Y arroyuelos de lágrimas se deslizaban por las mejillas sonrosadas por el frescor de la noche, del rubio pilluelo al que papá había dicho que con su comportamiento poco podía esperar. Eran las lágrimas de la contrición y la salobre penitencia por sus travesuras. Cierto que había criaturas tan henchidas como los caballos que cabalgaban jinetes en el desfile o tan alegres como las ovejas que corrían ante el perro pastor. Y fue entonces, empatizando con quienes quieren prohibir animales en cabalgatas, cuando pensé que por mi sensibilidad habría que prohibir asistir a la cabalgata a los niños que aún creen en la magia. Es un maltrato. ¿O no?