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El termómetro

Somos clientes

Hemos trasladado el concepto de cliente a todos los campos de la vida. Somos clientes muy firmes y exigentes incluso en aquellos ámbitos en los que deberíamos comportarnos de otra manera.

Pensé en ello cuando me enteré de que en un centro educativo de cuyo nombre no quiero acordarme se montó un enorme pifostio a cuenta del cobro de la lotería de Navidad. Lo que me llamó la atención no fue que la gente fuera el primer día en tropel a cobrar sus jugosos veinte euros por papeleta, que todo el mundo está en su derecho, sino la actitud que mostraron algunos de los agraciados.

Una de las frases que salieron a colación fue la gastadísima "es una vergüenza". Sí, mucha gente consideraba una vergüenza que la gente de la AMPA no hubiera previsto que el primer día de cobro todos iban a acudir en masa a por su parte del pastel, y que por tanto no hubieran llevado todo el dinero ese día.

El hecho de que esa gente no se diera cuenta de que los que les iban a pagar estaban ahí por amor al arte, y que todo lo que habían hecho -comprar y distribuir la lotería, recaudar el dinero, gestionar el pago de lo que tocó, etcétera- no obedecía a otra causa que echar una mano a los alumnos del centro, dice mucho de cómo están las cosas.

Estamos tan acostumbrados a esa gran empresa que mima al cliente -a veces a costa de machacar a proveedores o trabajadores- y que para conservar el consumidor hace lo que sea, incluso aguantar indignaciones sin fundamento; estamos tan acostumbrados a despotricar contra la cosa pública, ya sea en sanidad, educación o cualquier servicio "gratuito" que, como nos viene dado, sentimos que tenemos un derecho casi celestial a cagarnos en todo lo que representa. Estamos tan imbuidos de esa mentalidad que cuando cambiamos de ámbito ni nos damos cuenta de que las cosas son de otra manera, y perdemos la perspectiva, la educación y el norte. Y sobre todo la paciencia. Somos clientes. Firmes y exigentes. País.

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