La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Mil palabras para una imagen

Tracción animal, tracción asistida

Sobre nuestra extraña relación con los medios de transporte

El otro día, una mujer de Lugones me contaba con cierta tristeza que su hija solía coger el coche para ir de un lado a otro del pueblo. Fue justo después de que tomara la foto que acompaña a este texto en el colegio de La Fresneda. Me llamó poderosamente la atención que hubiera hasta tres vehículos de tracción "animal" aparcados allí en un día que no era, ni mucho menos, benévolo. Hacía frío. Yo creo que incluso había llovido por momentos. Y aun así, tres valientes habían acudido al colegio en patinete. También es cierto que no me quedé a investigar lo que ocurrió después: si ciertamente los niños volvieron a casa en sus patinetes o si a medio camino -confieso que yo he caído como un tonto varias veces- se lo endosaron a su padre o su madre reconvertidos en sherpas.

Digo que me llamó la atención porque lo habitual, en nuestro entorno, es lo de la chica de Lugones. Tiramos de motor a la mínima. Siempre me han horrorizado esos coches de juguete eléctricos gigantes en los que se suben los niños muy pequeños. Y no es por mi aversión proverbial al motor. Entiendo perfectamente a los padres que les compran a los chiquillos motos pequeñas para que empiecen a hacer motocross. Aunque a mi personalmente no me gusta, es un deporte, y como tal requiere esfuerzo, pericia, disciplina y demás. El coche de juguete es otra cosa. Te hace parecer tonto aunque no lo seas. Ves a un niño subido ahí, renqueando una velocidad de crucero de kilómetro y medio por hora, y piensas que su cerebro debe de ir a la misma velocidad, aunque no sea verdad. Sin embargo, ves a los niños en una de esas motos de plástico de ruedas anchas en las que se impulsan con los pies en el suelo y ya te parecen unos tíos listos y espabilados, aunque no lo sean.

En cualquier caso, me llama mucho la atención nuestra extraña relación con las distancias, con los transportes. Por ejemplo, la fiebre por la bicicleta se ha disparado y, sin embargo, el hábito del coche sigue creciendo. No hemos conseguido integrar el deporte en el día a día. No hemos conseguido salvar esa separación. La cosa está hecha para que tengamos que coger el coche para todo y, una vez que acaba la jornada, lo aparquemos y cojamos la bici para hacer deporte. La bici podría ser tranquilamente estática, porque, en realidad, solo cubre necesidades deportivas. Las otras no cuentan. No es que la gente no quiera ir en bici a todas partes. Es que, tal como está concebido nuestro día a día, no puede aunque quisiera.

Y es una pena. Recuerdo haber alquilado bicicletas en Amsterdam, donde mucha gente la utiliza para desplazarse en el día a día, y también en Cadaqués, donde todo el mundo se mueve en coche y las bicicletas son puro ocio. Es curioso que un país como Holanda, donde hace un tiempo tan perrero, integre la bicicleta mucho mejor que el nuestro, donde el tiempo suele ser más benévolo. Ya sé que Asturias no cuenta, porque aquí llueve bastante a menudo, pero, aún así, el problema no es tanto de buen o mal tiempo como de integración de los vehículos en el día a día.

Aun así, lo que más me llama la atención no es tanto el conducir por necesidad como el conducir por pereza. Todos hemos conducido alguna vez por pereza. Pero hay gente que lo lleva al extremo. Cogen el coche absolutamente para todo. Ahora, con el cuento de que la gasolina es cara, hay quien se lo piensa dos veces, y al final se trata, como siempre, de una cuestión económica.

Pero siempre hay una puerta a la esperanza, y esos tres patinetes son la viva imagen de esa puerta. Viendo esos tres "pepinos" podemos imaginarnos un mundo en el que, al menos una parte de la población preferirá quemar calorías a quemar hidrocarburos, un mundo con el aire más puro y la gente más sana. Aunque, a juzgar por todo el sitio que queda libre en el aparcamiento, supongo que el porcentaje no será muy allá. Menos da una piedra.

Compartir el artículo

stats