Desde la primera vez que oí la expresión "balón dividido" supe que estaba ante un error semántico garrafal. Pero la escuché tantas veces y en boca de tanta gente que terminé por dudar de mí mismo y no pude evitar acudir al diccionario para cerciorarme de que ninguna acepción de la palabra dividir, referida a un objeto, podía implicar que ese mismo objeto estuviera intacto. Si un balón está dividido es que está separado en, al menos, dos partes, con lo cual no puede seguir rodando. Bueno, quizá puedas dibujar varias partes de la superficie del esférico (me encanta esta palabra) y considerar que, al menos en el dibujo, está dividido. Pero ése no es el caso. Cuando el comentarista dice dividido se refiere a otra cosa. A algo que no tiene nada que ver con la división.
¿Por qué suelto todo este rollo en un artículo que se titula "Comadrar (o no)"? Por la semántica. Por el significado de la palabra tradición, que últimamente me tiene loco. Yo sí que estoy dividido al respecto.
Ahora que me aproximo inexorablemente a la edad provecta, en este momento de mi vida en el que peinaría canas si tuviera peine, siento, no sé por qué, un extraño impulso de mirar hacia atrás, de comparar lo que fue de la Dolores con la Dolores misma. Y, claro, la fiesta de Les Comadres, así puesta en la balanza de la historia, pesa menos que un pitufo en ayunas. Y me sale lamentarme y decir qué pena de tiempos y demás, y que dónde está la tradición. Y ahí es cuando asoma el melenudo que aún vive en mí, que dice que si miras atrás para aprender eres un sabio, y si lo haces para lamentarte eres un gilipollas.
Y, curiosamente, aquí la palabra tradición, esa que puede sonar a gilipollas que se lamenta, cobra un significado distinto. Si Les Comadres ya no puede ser el "matu" que fue en sus años de gloria, que se convierta, al menos, en una cosiquina casera y tradicional, humilde pero guapa y auténtica.
Dios, qué vieyu me veo.
