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El termómetro

Beber, fumar, salir

Los anuncios de whisky y bebidas así vienen acompañados por el consejo "beba con moderación", pero no hablan en serio. Si bebiéramos con moderación, los fabricantes de bebida blanca se arruinarían.

En las cajetillas de tabaco aparecen imágenes sórdidas que vienen a decir que el Estado -el fabricante no pondría nada de eso por gusto- permite a las empresas que te vendan productos nocivos siempre que te hagan sentirte culpable por ello. Lo justifican como una forma de disuadir a la gente, pero no es cierto. Cuando ves al tipo con esa cosa rara que le sale del cuello y un bigote extraño -a mí siempre me ha dado más que pensar el bigote, no sé por qué- ya has comprado el paquete, con lo que no vas a dejar de fumar, sino a coger rápido el cigarrillo y guardar rápido el paquete (o sea que, si me apuras, hasta vas a fumar más).

Y así las cosas, las contradicciones que nos proporciona la hipocresía de Estado se suman a las que ya llevamos de serie. Porque por una parte nos gustan el cachondeo y la fartura y, por otra, queremos durar ciento veinte años y tener un cuerpo estupendo.

Y respeto a nuestra descendencia, muchos queremos que nuestros hijos no sean tan golfos como fuinos nosotros -o somos, hay quien nunca se rinde- pero también nos gustaría que se divirtieran bastante. ¿Cuál es el límite, entonces? ¿Y cómo lo transmitimos? ¿Cómo se enseña una moderación a la que uno nunca tuvo acceso?

Para mí, el verdadero problema, y en este punto no mucha gente está de acuerdo conmigo, está en que el sistema se empeña una y otra vez en machacar e insistir en el lado malo del alcohol y el resto de drogas, y nunca habla de la parte buena. Si no hubiera parte buena, nadie se metería nada. El "antialgo" suele ser gruñón y agorero (aunque tenga razón) y el "proalgo" suele tener más gracia (aunque no tenga razón). A un señor de Sama que andaba siempre de juerga le dijeron un día: "¿Otra vez enfiláu?", y el contestó: "¡Qué va, ho, ye la misma!"

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