El trabajar, como médico, durante 36 años en un mismo sitio tiene muchas ventajas en el terreno profesional, es algo muy grande.

Es una gran ventaja el conocer y seguir, en el tiempo, los problemas de salud de las personas enfermas y los planes preventivos de las personas sanas.

No puedo decir que cuando alguien entraba por la puerta ya sabía lo que tenía, pero sí sabía que "algo pasaba", no venía sólo por una receta.

Pero también hay que tener cuidado y evitar que la costumbre de ver muchas veces a las personas te haga relajarte y pensar que "no pasa nada", pues aquella persona que tantas veces ha venido por problemas menores de repente puede tener un problema importante y hay que evitar que la costumbre te haga "bajar la guardia"; siempre tienes que estar alerta.

Soy humano y más de una vez me habré equivocado pero, tener por seguro, que siempre he tenido como norma el no arriesgar nunca con la vida de las personas; el no quedarme nunca con la más mínima duda, de tal manera que si tenía que pedir la opinión del especialista pues la pedía y si, por falta de pruebas diagnósticas, tenía que enviar a alguien al hospital, pues también lo hacía.

Y siempre he tenido como norma el tratar a todas las personas por igual, fueran de la escala social que fueran y con el máximo respeto a todas ellas, intentando siempre aclarar sus dudas y aliviar sus sufrimientos y sus miedos.

He tratado durante tantas años a muchas personas en algunos casos a diferentes generaciones de una misma familia, como es el caso de Itziar, de la que atendí a su tatarabuela, a sus bisabuelos, a sus abuelos y a sus padres. O la familia de Emma, de la que atendí a su madre, a su marido, a su hija, a sus hermanos y cuñados. Y podría seguir.

Esto hace que entre el médico y el paciente se vayan estrechando los lazos más allá de lo estrictamente profesional, entrando en una relación que no es la clásica de médico-paciente, sino la de médico-persona, estableciéndose lazos de afecto mutuo.

Es por ello que siempre he dicho que la profesión me ha entristecido.

Todos nos vamos a morir cuando nos llegue la hora, y a los que vamos siendo mayores nos tenemos que ir antes, es ley de vida, pero cuando alguien se va en edades tempranas ves lo injusta que es la vida, pues, como suele decirse, "todavía no le tocaba", y cuando esto ocurre, te llevas la pena a casa.

También te llevas la pena de la falta de aquellos hombres y mujeres que tanto tiempo trataste, que tenían aquella enfermedad crónica, con sus altibajos, y que un día se fueron.

A veces te despiertas por la noche y te acuerdas de aquel viejecito o de aquella viejecita...; de cómo les decía, para animarles, que conmigo tenían un contrato de vida hasta los cien años y que se podía renovar y ¡ay! de ellos si no lo cumplían, que cuando llegara yo a la "otra vida" les iba a pedir cuentas...

Este sentimiento de tristeza es la única desventaja de estar tanto tiempo en un mismo sitio.

Gracias a la organización de la fiesta de despedida, a las farmacias y a todos/as los que colaboraron y ayudaron para que fuera posible.

Gracias a todas aquellas personas que habiendo querido acudir a la despedida, no han podido por estar enfermos o por diferentes razones.

Gracias a los que han acudido y gracias a Pravia.

La despedida que hago, que es un "hasta pronto" no un "adiós", tiene un matiz peculiar: es una despedida espontánea, que surge del afecto y del agradecimiento hacia mi persona, por, simplemente, haberme comportado como una persona y como un médico normal, tal y como yo lo entiendo.

Es lo más bonito que me llevo de Pravia; jamás lo olvidaré y lo guardaré como "el tesoro de mis recuerdos".

Un abrazo para tod@s.

Gracias