La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Mil palabras para una imagen

El lema y los Güevos Pintos

La fiesta, el cartel municipal y su significado

El lema de los puestos oficiales del Ayuntamiento, "Siero. Un lugar para vivir", siempre me ha desconcertado. Supongo que se referirá a la calidad de vida que dan la ubicación, la tranquilidad, los servicios, etcétera. Sería, si lo tomamos en ese sentido, como decir: Siero, un lugar para irse a vivir.

Pero hay otra connotación que sirve para quien no vive aquí, ya sea aborigen o afincado (por suerte, ya cada vez menos gente hace esa estúpida distinción), y es la de jugar con ese concepto omnipresente que asocia la palabra vivir a disfrutar, a pasarlo bien, a ser libre, etcétera. Si sólo se refiriese a este último aspecto, el lema sobraría completamente, al menos en la foto que nos acompaña, porque detrás tiene dos palabras con las que es imposible competir: Güevos Pintos. Pones Güevos Pintos en un cartel y no necesitas añadir nada más.

Llevo, lo reconozco, bastante tiempo obsesionado con esto de las fiestas. A veces resulta difícil comprender por qué unas funcionan bien y otras no, por qué unas cambian para bien y otras para mal; por qué unas, haciendo lo que han hecho siempre, se vienen abajo y otras, haciendo lo que han hecho siempre, siguen siendo igual de grandes.

Este último es el caso de los Güevos Pintos. La fiesta apenas ha cambiado y tiene el éxito intacto. Es cierto que la noche ha bajado mucho, pero eso va con el signo de los tiempos: la noche ha bajado mucho en todas partes. Podría decirse que nos estamos volviendo algo europeos. (Pero sólo algo. Seguimos cenando tardísimo y hablando a volumen altísimo. Ahí somos españoles hasta la médula).

Volviendo al asunto, El Carmín, por ejemplo, es un ejemplo de evolución: de una romería multitudinaria se pasó a una romería superpoblada; del desfile de bajada se pasó al lanzamiento de agua; del pañuelo azul y la camiseta blanca se pasó a la camiseta temática y el modo choni, y de la noche en los bares se pasó a la noche en la calle. El Carmín creció y hay gente a la que no le gusta. Pero hay mucha gente a la que sí.

Los Güevos Pintos, sin embargo, siguen casi como estuvieron siempre, y continúan siendo una fiesta extraordinariamente grande. Hasta que, hace nada, tuve una especie de iluminación, yo creía que el éxito de los Güevos Pintos era un misterio. Ahora ya empiezo a verlo claro. Yo creía que lo importante era lo intangible, ese espíritu del que todo el mundo se imbuye en cuanto pisa la calle, y que los actos oficiales, los puestos de güevos, la bendición, las carrozas, el baile y lo demás eran una parte necesaria pero tampoco muy importante. Lo pensaba así porque yo siempre había atendido más al chigre que al folclore.

Ahora, sin embargo, creo que no es así. Los güevos, la bendición, el baile y las carrozas son extraordinariamente importantes. Lo son incluso aunque -caja de sidra mediante- bostecemos como hipopótamos cuando pasan delante de nuestras narices. Y lo son, simplemente, porque ese espíritu festivo, ese cachondeo intrínseco que siempre ha tenido ese lugar para vivir que es Siero, se evaporaría o se convertiría en algo demasiado difuso si no le pusiéramos un envoltorio folclórico, cultural o como lo queramos llamar. Cuando alguien apela a las raíces en otros contextos -casi siempre para enfrentarse a desarraigados y foráneos- siempre me da repelús. En este caso, sin embargo, la raíz es una llamada -por más que parezca paradójico- universal a la comunión y la alegría. Quien viene participa de la raíz, la hace suya. Un folclore tan dinámico y fresco -al menos este día, otras veces da ganas de echar a correr- unido a un cachondeo desbordante al que nadie le hace ascos forman un campo de atracción del que es casi imposible sustraerse. Quien lo probó lo sabe.

Compartir el artículo

stats