Nava ha sufrido siempre para contar con un campo de fútbol en buenas condiciones. El barro predomina en los escenarios del balompié. "Un patateru" era el calificativo habitual cuando se recorría la comarca, y más allá, para jugar al fútbol.
La iniciativa de los padres de la Escuela de Fútbol de Nava, que ha reunido ya más de 2.000 firmas para reivindicar un campo de hierba artificial en el municipio, merece la adhesión y el aplauso. Se han de dejar en la caseta de la historia los punterazos en el barro. Es de justicia un verde sintético para el deporte de la cantera.
Grandiella, en Nava; San Miguel, en Bimenes; El Carrocéu, en Sariegu; La Rozona, en Torazu; o Les Caleyes, en Villaviciosa. Los campos, con el tiempo y mucho uso, acaban convertidos en barrizales. Grandiella y su arcilla es un notable ejemplo. En las gloriosas temporadas del Europa en la Tercera División de cántabros y astures se cuidaba el césped como si fuera de seda. Jugar en Grandiella era la ilusión de todos, pero hubo un tiempo en que para proteger el verde los juveniles del Europa contamos como alternativa con el campo de El Cuervu, en Paraes. Allí peleaba el recordado Peñamayor, y lo hacía también el filial del Europa de las estrellas. Lo difícil de El Cuervu no estaba en el barro. La complicación de ese rectángulo inclinado para el fútbol derivaba de la convivencia con el campo de tiro al plato. Sábados, tiro. Domingo, fútbol.
Los juveniles, acompañados por el directivo Luis Loredo Prenda, iniciaban el calentamiento por el verde recogiendo cascos de ladrillo de platos del tiro. Y aun cuando se creía sin riesgo, no faltaba quien se caía y tropezaba con la esquirla de un plato. El jefe de Policía, Jorge Pruneda Torga; el cronista oficial, Leocadio Redondo, entrenador de aquellos juveniles de entonces, y el alcalde Juan Cañal, por citar sólo a tres, pueden dar fe de los cascos recogidos. En fin, cualquier tiempo pasado fue anterior.
