Ya hemos escrito que la vitalidad de un pueblo se mide por la suma de sus inquietudes. Así también se puede valorar la de una persona. Deberíamos de considerar el pueblo, el barrio o la ciudad como una continuación de nuestro hogar, para que las inquietudes brotaran a favor de las tareas en pro de la comunidad. Digamos que un pueblo sin inquietudes es un pueblo sin vida. Y una vida sin ilusiones derivadas de las inquietudes carecerá de vigorosidad. En definitiva, la participación ciudadana es una forma muy positiva de relacionarse, a la par de realizarse, de conocer el pueblo, barrio o ciudad, así como sus gentes.

En verdad que son bastantes los ciudadanos que viven ajenos a su propia comunidad, por pequeña que esta pueda ser. No la viven y, por tanto, no puede percibir su latido. Viene muy oportuna la opinión de Gaspar Melchor de Jovellanos, asturiano de Gijón, cuando advirtió: "Mucha gente son siempre forasteras en su propio pueblo o país porque nunca se aplicaron a conocerlo".

Es evidente que las inquietudes pueden desarrollarse en cualquiera de las áreas de la faceta humana: la política, la cultura, el deporte, en las tareas sociales? Exhortar a los jóvenes tanto desde la propia familia como en los centros de enseñanza, sin olvidar los ámbitos políticos, sin duda les invitaría a poner en práctica actitudes tendentes a estos propósitos. Cada cual habrá de elegir aquella actividad que despierte mayor interés y mayor eficacia para su desarrollo, al tiempo que le reportará la satisfacción de sentirse útil. La verdad que merece la pena luchar por algo en la vida, hacer algo por los demás altruistamente. No obstante, se ha dicho y escrito que el altruismo, la generosidad y la caridad no salen de la biología: los aprendemos de niños y nos hacen humanos. La pereza y la timidez, que puedan representar un obstáculo, hay que combatirlas con la acción. De igual manera se debe erradicar el miedo al error, al fracaso de los objetivos para cuyos fines se interviene en la participación que se elija. Nadie es perfecto, por lo que quienes no se arriesgan no se equivocan nunca, pero tampoco experimentarán la satisfacción y la alegría del acierto, de la misión cumplida, en definitiva, del éxito.

Se ha dicho que es muy preferible optar y determinarse a llevar adelante empresas magnánimas, encaminadas a gloriosos triunfos, aun tropezando, a veces, con el escollo del fracaso, a vivir como esos pobres espíritus, que ni piensan ni gozan, envueltos siempre en un espíritu gris, donde no se concibe ni caída ni victoria. La participación, pues, es signo inequívoco de inquietudes y deseos también de crecer interiormente.