Salí un día del final de primavera de Asturias, con 16 grados y orbayando, pisando nubes, para aterrizar en Madrid a 30 grados demoledores. El vuelo me transporto del invierno, disfrazado de primavera, al infierno en sesenta minutos. Lo mismo que mi cuerpo sentía y trataba de descifrar. Debe de ser lo que este año están sufriendo los cultivos del Bajo Nalón, sometidos a lluvias torrenciales a destiempo, además de prolongados periodos de sequía, y drásticos cambios de temperatura. Junto con las rachas de viento descontroladas y aleatorias, asociadas a esa destacada y veloz variación térmica, todas estas alteraciones climáticas marcan la senda de un futuro incierto y preocupante.

Es trabajo de todos el ir pensando en cómo nos vamos a adaptar a este futuro cambiante, diga lo que diga el primo de Rajoy.