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La serliana

Presión, cantidad y calidad

Una vez más vuelvo a estar en desacuerdo con determinadas precisiones que la RAE plasma en su diccionario de la lengua española. Por ejemplo, la fuerza moral que, pretendidamente, se ejerce sobre una persona no existe. La obligación moral no se siente por la presión externa, es una exigencia propia de la razón del individuo; por tanto, la definición de la RAE está más en consonancia con la "fuerza inmoral".

Volviendo a la esencia de la columna, pretendo utilizar el término presión/acoso para explicar uno de los derroteros por los que transita el sistema educativo que nos toca vivir, cuyo resultado a la larga todos padeceremos.

Veo, palpo, observo, presiento que nuestro modelo de acceso a la universidad está contaminado de raíz. Tengo la ingenua sensación que existen instrucciones no escritas para que el último curso de bachillerato no sea selectivo sino, más bien, el preludio laxo de una prueba multitudinaria (PAU, EBAU o como quieran denominarla).

Construyamos un modelo teórico (probablemente nada tenga que ver con la realidad) que nos ilumine en la penumbra: Una autoridad política, probablemente asesorada por algún teórico de la sociología, determina que la universidad, sin una modificación sustancial de la educación primaria y secundaria, tiene que ser el reducto y el motor para competir en la "sociedad del conocimiento", en la que manejo de la información o de las innovaciones tecnológicas estarán por encima de conceptos clásicos como capital o mano de obra.

Para ese fin, la maquinaria empezaría a funcionar de la siguiente manera: el político da instrucciones a sus inspectores, los inspectores ejercen cierta presión sobre los directores de los centros, los directores aconsejan en el claustro a los profesores, los padres intervienen y opinan en el proceso, algunos profesores reducen las exigencias y, como resultado, un número significativo de alumnos llega a las pruebas de selectividad sin estar capacitado para cursar una carrera universitaria; eso sí, son muchos, y los índices y porcentajes, absurdos e irreales, avalan la decisión política.

En fin, otra cosa es la calidad y la excelencia. Un día de estos hablamos de ello.

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