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Con sabor a guindas

He vuelto a Valdediós

Impresiones sobre el estreno de la misa de gaita en el monasterio maliayés

Visitar Villaviciosa y su concejo es para mí un verdadero placer, y desde hace muchos años gozo de buenas amistades con las que comparto felices momentos. Unido a ello, mis destilerías también saben de la bondad de sus sidras, esa sangre dorada que corre por las venas de sus habitantes, que fue viajera muchas veces desde su capital manzanera a tierras riosellanas para cobijarse en el cuerpo de mis alambiques y, a fuego lento, destilar su alma para hacer de ese fruto de paraíso el logro de un buen aguardiente.

Pero en estos días me llevó a estos lugares otra misión. Acudí a la parroquia de San Bartolomé de Pueyes, en el valle de Boides, a la misa de gaitas celebrada en Santa María de Valdediós. Las fundaciones Valdés Salas y José Cardín se unieron para dar vida y recuerdo a pasadas tradiciones asturianas.

Las once fue la hora de su comienzo, y a templo lleno, bajo el silencio monástico, las voces de coro y la música de sus gaitas ofrecieron un colorido diferente y único que fue escuchado con devoción con finales aplausos como complacencia de lo emotivo del acto.

Es necesario que estos valores culturales de nuestro Principado se hagan despertar para recuperar el verdadero testimonio de las tradiciones, que cuando se hacen presentes nos llena de satisfacción. Así ocurrió con la vuelta del latín al monasterio con voces de kyries, santus, creo y gloria bajo el clásico sonido de sus gaitas. Satisfacción compartida por feligreses en unión de las monjas carmelitas samaritanas que seguían, con devoción y silencio, la celebración.

Al finalizar, aproveché un momento para hablar con la priora, la madre Olga María, y felicitarla por sus artículos en LA NUEVA ESPAÑA. Le entregué mi libro, "Con sabor a guindas", destilando recuerdos y donde recopilo los míos, y, tras una agradable charla, nos despedimos.

En las afueras sentí el aprecio de todo aquello que rodea la paz del monasterio, las fuentes de iluminación, sus dependencias, pórticos, pavimento, sus puertas adinteladas, sus ventanales, su arquería, sus capillas, y recordé la importancia del texto de la lápida de consagración que define el sentimiento de la generosa piedad a Cristo Dios, que habla de perdones y clemencia como brillo de su gracia fecunda.

Toda esta espiritualidad y profundo silencio supo encontrarlo Alfonso III El Magno para hacer de este lugar una de las joyas arquitectónicas de las muchas que habitan el concejo maliayés.

Conocidas son las más de treinta iglesias que encierran el arte que los romanos labraron. Yo quisiera detenerme en Santa Eulalia de Selorio, donde no puedo olvidarme del cariño recibido al dar el pregón de sus fiestas desde su altar mayor. Siento aún sus nubes de miles de voladores, elevados a los cielos, en esa lícita competencia de asociaciones, para ofrecer el mejor de los saludos a la santa.

Me despido de Valdediós tras reponer fuerzas y hacer algunas compras de las muchas cosas que las samaritanas ofrecen. Ya en plena naturaleza me digo a mí mismo que sería hermoso retroceder en el tiempo y elegir cualquier cruce de caminos, llevando de guía a mi buen amigo Agustín Hevia Ballina, reciente hijo predilecto de Villaviciosa, para que nos enseñe todo el interés turístico y cultural del concejo.

De regreso a mi hogar, me siguen acompañando los ecos de voces de la misa celebrada y las notas de sus gaitas, que transportan el aire del cuerpo que las alimenta, para que la caricia de su alma viva de un aliento que sale del más allá del fondo de ese profundo sentimiento, que en esta ocasión se hace sueño espiritual bajo el silencio del monasterio de Valdediós.

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