Ya agosto apuntaba claramente a una cosecha de manzana con bastante adelanto. Por las vegas del Narcea pude ver desordenadas pomaradas en las que el rojo iba ganando al verde y el verde perdía con el amarillo. Piezas de buen calibre colgaban de manzanos de escaso porte, desafiando a la gravedad y poniéndoselo difícil a mi mano, aunque finalmente me hice con media docena de piezas. Tras frotar con ganas contra mi pantalón, el inconfundible brillo de las manzanas asturianas salió reluciente, natural e intenso; poco tiene que ver con el artificio de muchas manzanas de mesa de iridiscencias sospechosas. Ya vi en varios establecimientos manzanas de mesa asturianas a un precio razonable para vendedores y compradores, compitiendo con otras foráneas en igualdad de condiciones. ¿Utopía o realidad? ¿Riesgo u oportunidad?