El silencio está en horas bajas. Cada vez va a ser más difícil estar en lugares relativamente silenciosos en los que alguien no esté dando voces, poniendo música, vídeos o juegos en el móvil o música en el coche.
El otro día estaba en la cocina de casa y escuché música en la calle a un volumen desorbitado. Pensé que venía un circo, que llegaban los de la cabra o que había algún tipo de campaña. Pero no. Me asomé a la ventana y vi que la música salía de un coche. Inmediatamente reconocí el "Waka Waka" de Shakira y me quedé un poco pasmado por el volumen. Pero sólo un poco. En realidad, era una hora prudente y tampoco pasaba nada. Estamos tan acostumbrados al atorolle que no nos importa demasiado un poco más o menos de ruido.
Y lo más curioso es que no se trata de un problema generacional. No es esa eterna historia de la juventud que molesta a la sosegada ancianidad. No. Aquí -cada uno dentro de sus posibilidades- hace ruido hasta el apuntador. Es un mal muy español. Tenemos una fama muy merecida de ser extraordinariamente ruidosos, y el problema del ruido (es una obsesión, lo reconozco) es que es físico. Te golpea, no lo puedes eludir. Con el ruido sólo queda aguantarse.
Después está el asunto de las fiestas. Cuando la gente se queja porque la música no la deja dormir. Ahí nunca sabré qué decir. Yo tengo la experiencia de estar en un piso de una calle en la que tocaba una orquesta y puedo decir que era como tener a los músicos dentro de la habitación. Aun así, nunca protesté, porque son muy pocos días al año y hay que pensar en la comunidad, en que la mayoría de la gente quiere fiesta.
En fin, como amante del ruido (del buen ruido), creo que lo ideal sería que cada uno tuviera la libertad de elegir cuándo estar en silencio y cuando aturdirse.
Nadie debería escuchar a Shakira por obligación. Ni siquiera deberían obligarnos a escuchar buena música. Eso es el derecho a decidir.
