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El termómetro

De gama baja, que son niños

Reflexiones sobre el menú infantil y otros malos hábitos con cada vez más arraigo

Nuestro anterior médico de cabecera, hoy jubilado, le dio hace muchos años una directriz alimentaria a mi madre: "Que no coman nada que salga en la tele". En aquel entonces, la frase nos pareció una excentricidad. Pero el pasado jueves, el dietista nutricionista Aitor Sánchez le dio la razón: me dijo que el cien por cien de la comida para niños que se anuncia en la tele es poco saludable. El problema no es que esos productos sean veneno, que no lo son, sino que tienen algunos ingredientes cuyo exceso es insano. Y los comemos todos los días.

Pero yo quiero hablar de un concepto que me tiene loco: el menú infantil. Porque me parece un despropósito desde cualquier punto de vista con el que estamos formando consumidores, como poco, tirando a cutres.

Por ejemplo, vas a una boda y te ponen jamón ibérico, salpicón de marisco, un bogavante, un pescado hermoso, carne al horno, etcétera. Eso en la mesa de los adultos. Miras la de los niños (no en todas las bodas, pero sí en muchas) y les ponen calamares fritos, croquetas, hamburguesas, nuggets y cosas así.

No digo que no coman esas cosas. Mi objeción es otra: ¿Están en una boda, donde la comida se supone que es tope gama y les das mierda sólo porque son niños? Ya no por salud, sino por el gusto. ¿No están ricos los langostinos? ¿No sabe bien la lubina? ¿Y el lechazo al horno? Es de locos. Estamos dándoles el mensaje de que la mejor comida que hay es la que te dan por dos pavos y con un guerrero de Star Wars incluido.

Y de la bebida, mejor ni hablar. Ya no porque sea sana o no (que no lo es). Porque cualquier persona que tenga el paladar mínimamente educado tiene claro que comer un pescado con un refresco dulce es una idea atroz.

Y después está la perversión de lo "diver". Cubrimos el acto de comer con una catarata de entretenimiento de tal calibre que, al final, comer es lo de menos. Les damos a los niños ambiente, regalos y diversión, y la comida queda entonces en último lugar.

Y por si todo esto no fuera suficiente, mucha gente lleva a los niños a comer cosas así como premio cuando se portan bien o cuando alcanzan algún tipo de meta. Es como si, en vez de elegir un buen restaurante para celebrar el aniversario de tu boda, llevas a tu mujer a una tienda de chuches. No hay nada que decir de las chuches. A mí me gustan y las como de vez en cuando, como todo el mundo. Pero hay que reconocer que, de todo el material comestible que existe, ocupan el escalón más bajo desde todos los puntos de vista. Se trata de ser conscientes del valor de las cosas.

Si premias a un niño dándole basura, cuando crezca creerá que la basura tiene mucho valor. Cuando no.

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