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Dando la lata

Globalización

Entras en La Sucursal y de inmediato los oídos reciben el aterciopelado regalo de una suave bossa nova brasileña flotando en el ambiente. No en vano, Nacho siempre tuvo un gusto muy desarrollado por la buena música. Pido un vino blanco y me ofrece un aragonés del Somontano elaborado a partir de una variedad de uva alemana. Y si quisiéramos saciar el hambre, qué mejor que una jugosa hamburguesa de xata roxa, la mejor carne de vacuno asturiano. Pero qué globalización más bien entendida. La belleza brasileña en los altavoces, el particular dulzor de la fruta germana interpretada en Aragón y las sabrosas proteínas asturianas en perfecto ensamblaje.

Porque me fastidia muchísimo que la globalización haya quedado limitada a la vía libre para que los grandes capitales circulen por todo el mundo sin rendir cuentas y a la consolidación de un régimen económico internacional según el cual la rentabilidad de las empresas occidentales depende en gran medida de la capacidad de explotación de los trabajadores orientales. En consecuencia, gracias a este particular aperturismo global, las desigualdades son cada vez mayores. Pero esto no es una globalización que busque un beneficio general, que debería pasar necesariamente por el aprendizaje y la adopción de lo mejor de cada lugar del mundo y su integración para impulsar el progreso común. Imaginen que en vez de quedar limitados a comprar unos zapatos de marca europea fabricados en China por modernos esclavos, hubiéramos sido capaces de importar un poco de filosofía oriental mezclada con la bondad y las ganas de vivir de los africanos, aderezado todo ello con una buena dosis del espíritu aventurero y emprendedor americano. Mal no nos haría, creo yo.

La actual globalización sólo entendida en dinero nos está embruteciendo aún más. El multimillonario futbolista extranjero recorre los estadios españoles golpeando un balón moldeado por un niño en Sri Lanka con un calzado cosido por una mujer de Bangladesh obligada a trabajar sin descanso por un salario miserable. Sin embargo, lo mucho bueno que hay en el mundo -y lo hay-, apenas circula o acaba en muy pocas manos; o bien muere ahogado bajo el peso del frío interés económico. Un prometedor término, globalización, enmascara actualmente una inaceptable injusticia cuyas consecuencias ya estamos padeciendo casi todos.

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