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Líneas críticas

La soberanía del ruido

La pitada al himno de España y al jefe del Estado en la final de la Copa del Rey

La soberanía del ruido

En la última final de Copa del Rey se han medido 119 decibelios en el momento culminante de la pitada al himno nacional y al jefe del Estado: sesenta y cinco decibelios son el umbral a partir del cual el ruido puede alterar gravemente la salud. Sin embargo, la polémica surgida en los medios de comunicación tuvo poco que ver con la contaminación acústica, se refirió mayoritariamente a sus connotaciones cívicas o políticas: para un amplio sector esas ruidosas y ofensivas manifestaciones han sido un mero ejercicio de libertad de expresión.

En el mundo del fútbol, con silencios atronadores y alguna excepción, casi todos se mostraron tolerantes con el alboroto del Camp Nou. Así, desde una perspectiva catalana, el futbolista del Barcelona, Xavi Hernández, que fue internacional durante catorce años, jugando 133 partidos con la selección española (y por tanto escuchó otros tantos himnos nacionales), justificó la pitada arguyendo que estamos en democracia y consiguientemente es normal que tales protestas se produzcan. Y, sobre el tema, una de las excepciones fue la del exjugador y exentrenador del Barcelona, Johan Cruyff. En este caso desde la perspectiva de un holandés afincado en Cataluña, Cruyff terció en el debate con unas duras declaraciones en la Cadena Ser. Dijo que, además de una falta de respeto, "pitar el himno nacional es una desgracia absoluta y total".

Y ese es el quid de la cuestión: ¿El ruido del insulto, de la ofensa y del odio a las personas y las instituciones puede considerarse un ejercicio de libertad de expresión como hace seis años dictamino el juez de la Audiencia Nacional Santiago Pedraz Gómez?

Creo que, por sí misma, la libertad de expresión no significa nada. Todo depende del uso que se haga de ese difuso derecho: del grado de verdad que contenga lo que se exprese. Si algún valor debería tener la libertad de expresión es precisamente su capacidad de análisis utilizando para ello argumentos racionales. Lo que tiene poco que ver esa libertad es con la fanática expresión del estruendo y del insulto de los que creen que están agitando a su favor el vendaval de la historia.

Dicen algunos políticos, sobre todo nacionalistas, que las sanciones administrativas multiplicarían el número de los alborotadores. Lo que no deja de ser un pretexto para que no se haga nada. Pues el propósito de los fanáticos es casi siempre seguir siéndolo: tal es su incapacidad para comprender otra visión del mundo que no sea la suya. Por eso toda tolerancia hacia ellos les hace creer que su causa merece la pena. Y esa es una constante en las conductas sectarias y fundamentalistas. Del signo que sean.

El ensordecedor episodio del Camp Nou ha sido un eslabón más de la parafernalia separatista que se viene tramando en Cataluña desde hace tiempo. El Gobierno de España ha vuelto a prometer que impulsará cambios legales para sancionar las pitadas a los símbolos y las instituciones nacionales en los campos de fútbol. Pero esa promesa no deja de ser ya una simple anécdota. La realidad es que los dos grandes partidos nacionales (PP y PSOE) han hecho a los nacionalistas tantas y tan interesadas concesiones que ahora carecen de fuerza moral y política para frenar un proceso (el separatista) que ha llegado demasiados lejos. Y hacerlo retroceder ahora me parece un empeño colosal, aunque no imposible.

En cierta ocasión le pidieron al gran historiador y economista español, Ramón Carande, que tratara de definir la historia moderna de España en dos palabras. Y apenas dudó la respuesta: "Demasiados retrocesos".

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