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Francisco Palacios

Líneas críticas

Francisco Palacios

Rutas y rutinas ancestrales

Los sistemas económicos y los flujos de personas en busca de sustento

La vida humana está repleta de gestos y actos que la envuelven y la condicionan sin que seamos conscientes de su influencia: rutinas diversas de las que muchas veces somos prisioneros y esclavos. Sin embargo, buena parte de esas rutinas nos permiten funcionar bien, ya que no es concebible estar continuamente improvisando fórmulas para actuar. En todo caso, desde el punto de visto psicológico no resulta fácil establecer un limite definido entre el océano de rutinas incontroladas y las decisiones conscientes.

En otro orden, las rutas y las rutinas, que pertenecen a la misma familia léxica, son una suerte de arterias que favorecen y dinamizan las relaciones de los grupos humanos a diferentes escalas. Por ejemplo, en estos valles todavía se recuerdan aquellas rutas animadas por centenares de personas que marcaban el cotidiano ritmo laboral de las minas, las fábricas, los talleres, las oficinas, los comercios y otros centros de trabajo. Y también escolares. Pero los tiempos han cambiado el rumbo y el latido diario de aquellos movimientos humanos de no hace tantos años.

Las bases económicas de estas cuencas ya no las representan los castilletes y las chimeneas. Y si antes los servicios seguían la ruta de las industrias y de las minas, ahora la situación se está invirtiendo de forma progresiva: los tesoros y las reliquias de la primera revolución industrial se han convertido en el soporte de un turismo que trata de atenuar, aunque sólo en una pequeña parte, la tantas veces prometida reconversión industrial: una hoja de ruta ya utópica.

A otro rango pertenecen las rutas turísticas regionales relacionadas con nuestro proclamado paraíso natural, como el Parque Natural de Redes, las rutas del Alba, del Cares, de las Xanas, del Arcediano o la Senda del Oso, entre otras varias.

Y de distinta índole son las rutas de lejanas reminiscencias míticas. Los libros, el cine, la televisión han recreado de forma repetida las famosas rutas de la seda, del tabaco, de la sal, del opio, de la plata, de las especias. Rutas que han dejado una fabulosa herencia cultural e histórica.

Menos legendarias y más lacerantes resultan hoy las rutas vinculadas al hambre y la miseria. Así, para millones de seres humanos que viven en los países más pobres del planeta, gran parte de su quehacer diario consiste en buscar comida y agua desesperadamente: son rutas y rutinas para sobrevivir en un mundo que produce alimentos de sobra para todos. Otra cruel paradoja.

Y marcados también por el signo de la penuria, y al margen de cualquier consideración sobre las políticas migratorias, flujos humanos cada vez mayores, procedentes sobre todo del África subsahariana, se aventuran por rutas peligrosas e interminables atravesando continentes, fronteras, países, desiertos, mares para llegar a las naciones más ricas de Europa en busca de oportunidades de una vida mejor. Y también para huir de las guerras y de las masacres tribales. Estos días declaraba un joven etíope que el intento de cruzar el túnel de la Mancha (que une por tierra Francia y Gran Bretaña) era la ruta y la rutina de cientos de emigrantes que malviven en la llamada "nueva jungla" de Calais, conjunto de campamentos improvisados en las afueras de la ciudad. A España e Italia también llegan esas migraciones masivas por rutas inverosímiles.

Escribió Eugenio d'Ors que en la vida nos encontramos a veces con dos opciones inexcusables: o bien hundirnos en el polvo de la fatalidad nativa o bien pisotearla sin misericordia y dar un brinco audaz que nos libere de su atávica y opresiva tiranía. Y para los estoicos, la libertad es siempre la consecuencia de la necesidad.

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