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Desde mi Mieres del Camino

La Iglesia católica en la reciente historia del concejo

Varios sacerdotes protagonizaron hechos de impacto social

A la hora de recorrer el tramo histórico de los sesenta últimos años de la historia de Mieres, el cronista, no puede evadirse de detenerse ante hechos de gran impacto social, sobre todo cuando sus principales protagonistas presentan la singular y significativa etiqueta de ser representantes de instituciones, en este caso la Iglesia Católica dentro del contexto del municipio. Tres casos concretos certifican fehacientemente esta circunstancia.

Corrían los primeros días de 1986, cuando el párroco de Urbiés, pueblo cercano a los lindes con los municipios del Nalón, ante la certeza personal de que se estaba produciendo un robo en sus dependencias parroquiales, y el peligro que presintió ante la suposición de que la furgoneta de los presuntos autores le iba a atropellar, realizó varios disparos de pistola, para la cual, según manifestó más tarde, tenía permiso de armas, alcanzando en la cabeza al acompañante del conductor quién, de acuerdo con las crónicas, fue abandonado más tarde por su compañero, recogido por los agentes de la Guardia Civil y trasladado a un centro hospitalario, más tarde al general de Oviedo, donde se le practicó una operación de urgencia, de la que, por lo visto, le quedaron secuelas. Don Abelardo García, el sacerdote ya fallecido, fue procesado, destinado a otra parroquia y condenado a indemnizar al herido. El asunto tuvo gran eco e impacto en el ámbito regional.

Benigno Pérez Silva, cuya trayectoria vital ya finalizó hace unos cuantos años, se hizo cargo de la parroquia de San Pedro a finales de la década de los cincuenta, como consecuencia de la nueva división de responsabilidades en el entorno mierense. Allí permaneció varios años buscando, más tarde, nuevos horizontes hasta participar en el Concilio Vaticano II de Roma, cuyo mensaje difundió por varios puntos de España y Sudamérica. Pero su responsabilidad pastoral le obligó, como párroco que era, a retornar de nuevo hasta el barrio minero de San Pedro en Mieres, donde puso en marcha una de las comunidades cristianas de nuevo cuño, salidas precisamente del Vaticano II. Y en esta su casa - nunca mejor dicho - fue protagonista de un acontecimiento de oposición y enfrentamiento con las nuevas corrientes democráticas del Ayuntamiento, como consecuencia del proyecto de expansión de los edificios religiosos en la parcela asignada.

Precisamente ese elemento destinado a la construcción del nuevo templo, suscita el conflicto. Y es que agotado el plazo para realizar la obra el consistorio inicia unos tímidos trámites con el fin de retornarlo a propiedad municipal. Pero, entrada la nueva corporación, a pesar de que parecen limarse asperezas, el asunto se recrudece cuando la Comunidad Cristiana solicita la recalificación de parte de la parcela, declarada zona verde, para que sea suelo de culto.

El asunto es llevado a pleno, con fuerte presencia de feligreses de San Pedro y el propio párroco don Benigno Pérez Silva, quién, al final, ante la decisión corporativa de negar la solicitud, interrumpe la sesión plenaria para condenar, públicamente, a los "padres" del Ayuntamiento por tal decisión. Teniendo en cuenta que la corporación mierense era mayoritariamente de izquierdas, el sacerdote lamenta la situación y el problema cuando en las dependencias religiosas del barrio se habían celebrado y apoyado varias reuniones y asambleas de esta índole, incluso en tiempos de la clandestinidad, él había sido consiliario de los movimientos cristiano - obreros de la JOC y HOAC, es decir, Juventudes Obreras Católicas y Hombres Obreros de Acción Católica. Se puede añadir que don Benigno Pérez Silva, nacido en Blimea del Nalón, estuvo a punto de comparecer dos veces ante el entonces Tribunal de Orden Público por su apoyo a los movimientos reivindicativos.

Como remate a esta exposición retrospectiva del pasado mierense, cabe añadir otro interpretado por un sacerdote más, párroco de San Andrés en Turón, que también de aquella, hace varias décadas, atendía la parroquia de Villandio, donde, todos los años se celebraba la festividad de San Blas, cada febrero. Pues bien, en una de las citas previstas, los jóvenes de la localidad, según palabras de algunos de sus portavoces, deciden organizar el festejo y para ello negocian con el sacerdote la celebración de la misa del Patrono, estableciéndose el precio de cinco mil pesetas. Dado que a esta fiesta suele acudir mucha gente, a la hora de pasar el cepo, la recaudación es bastante dadivosa y mientras el párroco entiende que el dinero recaudado pertenece a la Iglesia, la comisión organizadora defiende la tesis de que, tras abonar los mil duros, aquel dinero debe ir a engrosar las arcas para los gastos generales del acontecimiento. En medio del propio templo se produce un tira y afloja con el dichoso cepo, literalmente hablando, puesto que de una parte el sacerdote y de otra uno de los miembros de la comisión, tiran de él para hacerse con el completo. Al final, como era lógico se impone la fuerza juvenil del representante vecinal, que logra la pieza codiciada.

No hace falta citar el enfado del cura quién, manifiesta públicamente, que nunca más subirá hasta Villandio para oficiar la misa de San Blas. Incluso al año siguiente tras mantener la negativa y como consecuencia de la intervención del obispo auxiliar de Oviedo José Sánchez, hubo de celebrar el santo oficio, precisamente el sacerdote de San Pedro, el ya conocido Benigno Pérez Silva. Y durante algunos años los feligreses de Villandio "honraban" al Patrono, rezando, en común, el santo rosario.

De todas formas, como era de esperar, pasando cierto tiempo, la tirantez entre feligreses de Villandio, y su párroco don Vicente Bernardo, se fueron limando y poco después se restableció la normalidad hasta el punto de que, cada tres de febrero, el titular religioso, comenzó a acudir puntualmente a la cita de San Blas, tal como siempre había sucedido.

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