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Dando la lata

El tío Pepe

Las habilidades de algunas personas que, sin estudios, hacen de todo, y bien

Cierro los ojos y cuarenta años después soy capaz de percibir el olor de su siempre impecable Seat 600. Porque el tío Pepe no tenía estudios, pero ajustaba carburadores y enderezaba palieres como un experto. Y sabía qué hacer cuando la yegua se ponía de parto. Y echaba cuentas sin un error en el despacho de pan. Y preparaba los reteles con los que pescábamos los deliciosos cangrejos que poblaban el río Carrión y los riachuelos adyacentes. Unas aguas de las que procuraba obtener sabroso provecho evitando esquilmarlas, ayudándolas a mantener sus riquezas. Y si algo se estropeaba en casa, en la fabrica de harinas, en el taller, en las huertas, allá iba el tío Pepe. Y, si bien era de aspecto adusto, incluso con reputación de hosco y de muy pocas palabras, con sus sobrinos, conmigo, siempre fue extremadamente cariñoso. Cariñoso a su manera, en silencio, uno junto al otro en la Verdera, vigilando los reteles y compartiendo una pieza de fruta. Porque el tío Pepe transmitía calma, sosiego, tranquilidad. Y, sin aspavientos ni alborotos, lo roto se arreglaba, lo detenido recuperaba el movimiento, lo vacío se llenaba y lo estropeado volvía a funcionar.

Y te das cuenta de que en estos tiempos de especialización, en los que cada uno sólo sabe dos o tres cositas de lo suyo, serían necesarios millones de tíos Pepe, personalidades prácticas, de bajo consumo y máxima eficiencia, capaces de salir del paso por sí solos y en permanente disposición de trabajar, con nociones de veterinaria y fontanería, de contabilidad y mecánica de automoción, de caza y pesca y de cuidado y entretenimiento de niños.

El tío Pepe acabó sus días ayudando en misa y atendiendo el teléfono de la residencia. Y reparando todo lo que se averiaba. Útil hasta el final.

Cierro los ojos y me llega el olor de su loción de afeitado. Y se me desata la salivación al recordar el maravilloso sabor de aquellos cangrejos irrepetibles. Y el simpático rodar del 600. Y su voz pausada y serena. Y su modo de hacer y resolver, sin prisa, sin gritos, pero siempre buscando la máxima efectividad. La de cosas que hoy se podrían solucionar si permitiéramos a los tíos Pepe del mundo tomar las decisiones y actuar.

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