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Francisco Palacios

Líneas críticas

Francisco Palacios

Ese manjar de los dioses

Una fábula que utiliza el chocolate como pretexto para reflexionar sobre el poder

Ocurre con frecuencia que, al ver de nuevo una película después de algunos años, nos percatamos de aspectos que antes nos habían pasado inadvertidos. Matices que ahora la enriquecen de forma ostensible. Es lo que me sucedió con "Chocolat" (Chocolate) del sueco Lasse Hallström, que dirigió también "Las normas de la casa de la sidra", tal vez las mejores películas de su amplia filmografía. En ambas ofrece una visión del mundo laica e ilustrada, con una buena dosis de compasiva generosidad. Además, la manzana y el cacao (materias primas de la sidra y el chocolate) son frutos universales cargados de milenarias connotaciones mitológicas y religiosas.

La acción de "Chocolat" se desarrolla en Lansquenet, un pequeño municipio de la campiña francesa dominado por un engolado cacique, que es también un puntilloso cronista local. La película es una ingeniosa fábula en la que se hace una reflexión crítica del poder establecido. Un poder que vienen ejerciendo los mismos estamentos durante muchos años. De modo que en Lansquenet prevalece "lo escandalosamente normal". Lo mismo que en otros contextos sociales e históricos. Y a cualquier escala política e institucional. La película comienza explicando que los habitantes de ese pueblo saben muy bien lo que se espera de ellos. Saben cual es su lugar en el orden de las cosas. Si ven algo que no deben ver, acostumbran a hacer la vista gorda. Y si se olvidan, siempre hay alguien que les ayuda a recordarlo. Pues bien, esos vecinos permanecerán aferrados a su tradicional modo de vida hasta que una bella mujer y su hija, misteriosamente arrastradas por un impetuoso viento del norte, llegan a Lansquenet un infernal día de invierno.

Al poco tiempo, el personaje principal (Vianne Rocher), magistralmente interpretado por Juliette Binoche, abre una original chocolatería en tiempo de penitencia. Es su primer desafío al orden imperante. Vianne declina después amablemente una invitación para asistir a los oficios religiosos de la Cuaresma. Alega que no es practicante, aunque no le importa vivir cerca de la iglesia, ni le molesta el repetido toque de las campanas.

A partir de entonces se desencadenan una serie de sucesos que van a perturbar la pacífica y monótona vida de la pequeña ciudad gala. La chocolatería se convierte en una suerte de templo profano capaz de modificar la conducta de muchos vecinos agobiados por un sinfín de problemas. La iglesia se muestra en principio como una fortaleza espiritual frente a los desvaríos de la sensualidad chocolatera.

La hipocresía, la crueldad, las pequeñas miserias y mezquindades quedan irremediablemente atrapadas en ese fascinante mundo de sabores y sensaciones que proporciona el chocolate en todas sus múltiples variedades. Una taza de buen chocolate, condimentado con las más raras y exquisitas especias, logra romper barreras, despertar pasiones, endulzar tristezas cotidianas. O mitigar angustiosas melancolías.

En esta película se defiende la vida como un valor supremo y sagrado. Y contra los que tratan de dañar ese bien irrepetible no hay clemencia posible: con la más contundente firmeza se excluye de la comunidad a los transgresores. Hasta que se alcanza de nuevo un aceptable equilibrio social. Hallström reivindica asimismo una productiva cooperación frente a cualquier tipo explotación o de injusticia social.

La película "Chocolat" es una metáfora de la vida. De las mil batallas que hay que librar para salir adelante y no sucumbir irremediablemente ante las azarosas adversidades que la existencia nos depara. Y en esas luchas no puede faltar ese manjar de los dioses, el chocolate, con la fuerza seductora de los mejores placeres mundanos.

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