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Relatos de estío

Saliunde (IV)

Trabajo ganador del XII Certamen Internacional de relatos cortos "Filando cuentos de mujer"

Las noches son frías, el gélido viento deposita una capa de rocío sobre la vetusta madera. Seguramente cruje pero el ruido del motor, un permanente y agónico estertor, es demasiado elocuente como para dejarla hablar. Aquella gruesa mujer consuela a Debo Biop esperanzándola con la pronta llegada a su soñado destino. Y ella trata de mostrarse feliz y entusiasmada. La bomba extractora, tras ligeras indecisiones en forma de pequeñas explosiones, deja de funcionar. Parece ahogarse en el agua empozada y es como si vomitase enferma. Tras un último esfuerzo el chorro que sale de la boca de la manguera termina por claudicar para siempre. El nivel del agua llega ya a la mitad de su pantorrilla. Eso es lo menos que le preocupa ahora. Hace horas que el agua se ha agotado. Desesperados, algunos beben tragos de agua salada. Sus bocas llenas de llagas sienten alivio al contacto con la sal, pero luego la sed se hace insoportable y los tortura durante horas. Debo abre los ojos y está el día azul detrás y luego los cierra y la noche la envuelve y al abrirlos ya no sabe si lo que ve es el día o la noche o es el otro lado de sus párpados que se empeñan en abrirse cuando quizás deberían permanecer cerrados.

El barco a veces da tumbos en su rumbo, el negro marino a veces suelta el pequeño timón presa de desmayos involuntarios. Enseguida, y tras mover la cabeza de lado a lado de forma violenta, lo vuelve a agarrar con fuerza. Con su otra mano coge agua del fondo de la barca y se moja la cara y el cuello para despejarse. La sal acumulada en sus cejas y en su profusa barba atestiguan las veces que ha repetido el mismo gesto. Debo Biop, mareada y algo desorientada, nota en la lejanía que ahora es la realidad como esos bandazos en la barca cada vez son más largos. Cree oír a algunos hombres acercarse a las mujeres más obesas para comprarles su orín. El único líquido potable en millas. Ella apenas orina. Sin embargo, Meryem, la enorme mujer de su lado, orina frecuentemente. Le dan todo su dinero. Todo lo que tienen. Solo un trago, le suplican. Solo un trago. Pero ella constantemente le ofrece a Debo Biop que suele rehusar, la sola idea le provoca náuseas. Náuseas que ha de ahogar en las profundidades más negras porque ya no puede más, está desesperada y la sed se ha vuelto tormento difícil de soportar. Por eso acaba aceptando el ofrecimiento de Meryem y lo bebe de un trago, casi sin respirar, luego se mete un trozo de pan duro en la boca y lo mastica como puede.

Algunos se han tumbado sobre el agua del fondo de la barca buscando su frescor y allí siguen, inmóviles, respirando a duras penas. El hombrecillo que estaba sentado a su lado ha desparecido. Debe haber caído a la mar. Las figuras agolpadas unos sobre otros dan el aspecto de un siniestro dominó de fichas caídas. Apoyada sobre el hombro de Meryem, casi deja de sentir frío, casi deja de oír el lejano ruido del viejo motor, casi deja de escuchar su corazón, de notar su respiración. El barco hace horas que marcha sin rumbo, el viejo marinero negro se ha quedado dormido agarrando el timón. Su cara cubierta de sal remarca el manto de la recién llegada mortandad. Allí sentado, con el gesto cansado, había decidido quedarse en su barco hasta que éste descansara en la profundidad de la mar. Y no lo abandonó, simplemente se aferró a él, encorvado y ensalitrado. Y es ahora cuando el marinero negro a punto está de desaparecer de su vista, cuando todo parece enturbiarse despacio, precisamente ahora cuando nota aquel líquido caliente bajar por la parte interna de sus muslos. Y sin querer sus ojos se abren, alertados por un instinto que subyuga a la sed y al hambre. Su corazón antes apesadumbrado comienza a latir vehementemente. Mira a Meryem y con su mirada señala su túnica mojada.

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