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Relatos de estío

Saliunde (y VI)

Obra ganadora del XII Certamen Internacional "Filando cuentos de mujer" de la asociación "Les Filanderes"

Coge una de sus mantas y abriga a la niña que yace sobre su pecho desnudo. Mira sonriente a Meryem, intentando mostrarle el milagro. Pero un escalofrío recorre su cuerpo. Meryem la mira con la vista perdida, puesta en otra parte, muy lejos de allí. Debo llora y con sus dedos cierra despacio los ojos de aquella que en tan poco tiempo la había querido como nadie. Su hija al succionar de su pezón le produce una sensación extraña, dolorosamente placentera. -Meryem- la bautiza, -hazlo con cuidado- y entona esa tierna nana con el ronroneo melodioso de su voz para dejar a su hija Meryem serena como siempre ha hecho. Antes dentro de su vientre, ahora sobre su pecho.

El graznido de una gaviota la despierta. Su bebé sigue mamando de su pecho. Comprueba aliviada que no ha sido una pesadilla. El agua del fondo de la barca, que ya casi llega a las rodillas, está roja. Es su sangre la que sin parar ha teñido el fondo de la barca. Se encuentra débil. La vista vuelve a nublarse, y el barco cruje presa de la ira del mar. Unas enormes olas lo mueven de un lado a otro. El sonido de las gaviotas le transmite paz, sin duda están cerca de tierra. Se acurruca en el fondo del barco esperando su nueva vida, sus nuevas vidas. El barco rechina y rebota contra las olas mientras el agua se cuela como por un sumidero. El único aviso es el rugido metálico de los barcos al chocar. El gigantesco casco de acero de la embarcación de rescate parece tragarse la pequeña barcaza que ya solo puede partirse en varios pedazos. Algunos todavía son capaces de nadar o al menos intentan flotar. El agua fría espabila a Debo Biop que solo puede abrir los ojos mientras su cuerpo se sumerge poco a poco dentro del agua rabiosa. El bebé suelta su pecho, ella lo agarra con su brazo. Pero se hunde, incapaz de mover un solo músculo de su cuerpo. Allí abajo la luz se ve claramente, el cielo parece entrar por el cristal de una ventana. La sensación es placentera y abajo, el mar, parece en calma. Su cuerpo cae lentamente hacia la oscuridad, en una eternidad ingrávida. Atrás, en el olvido ya, quedó el gesto común de respirar. Quizá mucho antes de caer al mar. Así que su cautiverio en la profundidad del mar no es castigo sino regalo. Ve como algunas lanchas amarillas caen en el mar. Ve hombres que se tiran al mar desde el barco. Mira a su hija, pegada a su pecho, con los ojos bien abiertos, mirándola tranquila. Aquella no es su vida. No debe serlo. ¿Acaso no están los sueños tan cerca como para poder tocarlos? No debe rendirse ahora. No cuando a escasos metros brillan las promesas del viejo continente. Promesas que ella le contaba y le hacía a su hija dentro de su vientre. ¿Sabes que en Europa las mujeres se perfuman con agua de rosas?, le confesaba entre risas Debo Biop a su hija. Y que allí las mujeres deciden de quién se enamoran o con quién se casan. Y los hombres son educados y corteses y no debemos estar gordas si no queremos. Allí hay cosas por las que vivir y con suerte algunos de tus sueños pueden hacerse realidad. Nunca he visto volver a nadie de allí, todos los que se van desaparecen para siempre. Cómo no tratar de tocar una vida mejor si está ahí, tan cerca. Cómo. Dicen que allí las mujeres pueden estudiar lo mismo que los hombres. ¿Te imaginas? Por eso con un último esfuerzo impulsa a su hija hacia la superficie, ve como el bebé nada, como flota, como asciende acostumbrado a residir en el líquido elemento. Su cuerpecito se eleva despacio. Sereno. Uno de los hombres la agarra y la eleva perdiéndose de vista. Se aleja de su vida, de la que ella vivió. De la que su madre vivió. Ya no será una saliunde , nadie decidirá por ella. Nadie. Sólo ella será dueña de su vida. Sólo ella. Adiós Meryem.

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