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Relatos de estío

La isla de la libertad (II)

Ganador del 52.º Concurso Internacional de Cuentos de Lena

Llegar a un acuerdo fue muy complicado porque los primeros debates en la Asamblea General enfrentaban a los delegados en dos bandos: acérrimos defensores y enemigos que consideraban inviable la idea.

-¿Por qué no replanteamos primero el sentido mismo del delito? -argumentó un asambleísta que había sido catedrático de ética en una Universidad italiana- ¿Por qué no nos detenemos a considerar, por ejemplo, que se condenan con la peor calificación penal ciertos actos que tan sólo acarrean daños materiales, mientras quedan impunes algunas conductas antisociales de cargos públicos, gobernantes y supuestos líderes socioeconómicos? No; no me parece, señores comisionados, que sea éste el momento idóneo para una medida tan drástica como la reconversión de las prisiones porque Occidente se encuentra sumida en la corrupción y la confusión de valores.

-¿Acaso vamos a transformar a los presos en robinsones? -sugerían otros comisionados renuentes.

-No es eso -argumentaban los posibilistas-; lo que se propone no es una aventura sino una experiencia humana diferente. Robinson Crusoe comenzó a desenvolverse en su isla en solitario y partiendo de cero, mientras que los presos serán dotados de medios e infraestructura suficiente para garantizar su supervivencia y la posibilidad de desarrollar una vida digna en la medida de su esfuerzo.

-¡Pero eso no es un castigo! A semejante destino me apunto yo -argüía un tercero-. Y seguro que como yo habría muchas más personas dispuestas a cometer algún delito para terminar en un retiro idílico... .

-De idílico nada -contrarreplicaban los defensores de la propuesta-. Piénsese que en la isla de los reclusos únicamente vivirán ellos; entre ellos formarán su sociedad, y de su solidaridad o de sus rivalidades dependerá que vivan a gusto o a disgusto.

-Una comunidad de esa índole puede derivar en una sociedad degenerada -apuntaba otro objetor-. Es infinitamente mayor en cualquier país del mundo el número de penados varones que el de hembras.

Ese importante aspecto había sido tomado en consideración: Además de las mujeres condenadas, podrían ir a vivir a la isla las esposas de los penados o la compañía que voluntariamente propusieran. Como condición, las personas libres que aceptasen viajar a aquel destino se someterían a la misma situación de aislamiento hasta que sus parejas cumplieran su correspondiente plazo de condena.

-El hombre es un ser social -señalaba un delegado sudamericano-. ¿Es que vamos a dejarlos incomunicados durante años? Eso contradice la creciente permisividad de las prisiones convencionales en materia de salidas y visitas.

-Ese será su auténtico castigo: el aislamiento absoluto. A cambio, gozarán de más espacio, mayor libertad de movimientos, y tendrán a su alcance posibilidades reales de rehabilitación. Se les permitirá mantener correspondencia muy restringida, aunque nunca contactos directos con el exterior, ni siquiera con las tripulaciones de los barcos o aviones que trasladen a otros condenados. Y cuando se reintegren a la sociedad de la que se les apartó, lo harán con un bagaje de convivencia y de trabajo muy superior al que existe en las cárceles.

-¿Y a quiénes vamos a trasladar?... Porque la lista de reos es de cientos de miles de personas. Eso, sin contar con que casi a diario numerosos individuos entran o salen de las prisiones por revisión de condenas o a causa de indultos o amnistías.

Naturalmente, esa cuestión también había sido sopesada. El aislamiento sería para los reos de delitos mayores, con condenas firmes de más de diez años.

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