Seis meses habían transcurrido desde que se habitó la isla de la libertad. Desde entonces, ningún ser humano a excepción de los antiguos reos y sus parejas había puesto el pie en aquel lugar. Y el aislamiento se quebraba ahora con la presencia de cuatro comisionados de las Naciones Unidas, dos hombres y dos mujeres que acaban de descender a tierra en el muelle Sur de la isla. El recibimiento de la representación de los moradores fue muy cordial. Hubo sonrisas, abrazos y discursos. Las damas recibieron ramos de flores de colores intensos que destacaban todavía más bajo el sol radiante del mediodía.
-Dan ganas de quedarse aquí -comentó espontáneamente la comisionada más joven, la británica Dorothy Lean.
Uno de sus compañeros de comisión improvisó una respuesta diplomática:
-Mujer; ¡qué cosas dices! Como en casa, en ninguna parte.
Las entrevistas de los enviados de la ONU con los habitantes del lugar fueron enriquecedoras y estimulantes. La opinión general era favorable; la isla representaba un paraíso en comparación con el alojamiento forzoso en unas prisiones que habían resultado traumáticas para la mayoría. Los acompañantes que a su albedrío habían optado por residir allí también se mostraban a gusto, tanto ellos como ellas.
Una mujer madura, de pechos rotundos y rasgos mediterráneos se quejó con cierta timidez:
-La pega es que algunas echamos en falta la compañía de nuestro hombre.
Miss Dorothy recordó que esa mujer le había sido presentada como la pareja de un antiguo reo y que había seguido voluntariamente a su esposo hasta la isla.
-Disculpe, señora, ¿es que no se encuentra usted aquí acompañando a su marido?
-Vine por él y con él, sí.
-Le he entendido que echaba usted de menos. En fin, quiero decir...
-¡Ah, pues es así! Le echo en falta porque está preso -respondió la oronda mujer.
-Querrá decir que estaba preso...
-Está, está preso ahora mismo. Lleva ya dos meses en la cárcel.
Los otros comisionados y los pobladores de la isla que les rodeaban guardaban silencio y mantenían sus miradas fijas en la mujer que hablaba con Miss Lean. Ésta volvió a interrogarla con una sonrisa de conmiseración ante lo que parecía un caso de trastorno mental.
-¿Cómo que está en la cárcel? ¿...En qué cárcel?
Pero la isleña no respondió con palabras sino que tomó de la mano a la representante de la ONU y salió con ella al patio del edificio en que se encontraban. Se adelantaron algunos pasos hasta que rebasaron un denso grupo de árboles y quedó a la vista una tapia alta y gruesa coronada por alambre de espino. Hacia allí apuntó con un dedo:
-Allí, en aquella cárcel. El alcalde de la isla y los otros de su cuadrilla terminaron de construirla hace un par de meses.