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Relatos de estío

La isla de la libertad (y VI)

Ganador del 52.º Concurso Internacional de Cuentos de Lena

Seis meses habían transcurrido desde que se habitó la isla de la libertad. Desde entonces, ningún ser humano a excepción de los antiguos reos y sus parejas había puesto el pie en aquel lugar. Y el aislamiento se quebraba ahora con la presencia de cuatro comisionados de las Naciones Unidas, dos hombres y dos mujeres que acaban de descender a tierra en el muelle Sur de la isla. El recibimiento de la representación de los moradores fue muy cordial. Hubo sonrisas, abrazos y discursos. Las damas recibieron ramos de flores de colores intensos que destacaban todavía más bajo el sol radiante del mediodía.

-Dan ganas de quedarse aquí -comentó espontáneamente la comisionada más joven, la británica Dorothy Lean.

Uno de sus compañeros de comisión improvisó una respuesta diplomática:

-Mujer; ¡qué cosas dices! Como en casa, en ninguna parte.

Las entrevistas de los enviados de la ONU con los habitantes del lugar fueron enriquecedoras y estimulantes. La opinión general era favorable; la isla representaba un paraíso en comparación con el alojamiento forzoso en unas prisiones que habían resultado traumáticas para la mayoría. Los acompañantes que a su albedrío habían optado por residir allí también se mostraban a gusto, tanto ellos como ellas.

Una mujer madura, de pechos rotundos y rasgos mediterráneos se quejó con cierta timidez:

-La pega es que algunas echamos en falta la compañía de nuestro hombre.

Miss Dorothy recordó que esa mujer le había sido presentada como la pareja de un antiguo reo y que había seguido voluntariamente a su esposo hasta la isla.

-Disculpe, señora, ¿es que no se encuentra usted aquí acompañando a su marido?

-Vine por él y con él, sí.

-Le he entendido que echaba usted de menos. En fin, quiero decir...

-¡Ah, pues es así! Le echo en falta porque está preso -respondió la oronda mujer.

-Querrá decir que estaba preso...

-Está, está preso ahora mismo. Lleva ya dos meses en la cárcel.

Los otros comisionados y los pobladores de la isla que les rodeaban guardaban silencio y mantenían sus miradas fijas en la mujer que hablaba con Miss Lean. Ésta volvió a interrogarla con una sonrisa de conmiseración ante lo que parecía un caso de trastorno mental.

-¿Cómo que está en la cárcel? ¿...En qué cárcel?

Pero la isleña no respondió con palabras sino que tomó de la mano a la representante de la ONU y salió con ella al patio del edificio en que se encontraban. Se adelantaron algunos pasos hasta que rebasaron un denso grupo de árboles y quedó a la vista una tapia alta y gruesa coronada por alambre de espino. Hacia allí apuntó con un dedo:

-Allí, en aquella cárcel. El alcalde de la isla y los otros de su cuadrilla terminaron de construirla hace un par de meses.

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