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Velando el fuego

Bohemios

El padre que inscribió a su hijo recién nacido como socio de la biblioteca de Mieres

Confieso que hacía mucho tiempo que no me alegraba tanto al leer una noticia. Cuando el día 21 de este mes, viernes, por más señas, apareció en LA NUEVA ESPAÑA, en las páginas dedicadas a Caudal, la referencia a un acontecimiento importante y que, por desgracia, ocurre en contadas ocasiones ("Lector desde la cuna" era su título), pensé de inmediato que hechos como el que se relataba en el periódico reavivaban en mí el fuego de la esperanza en un futuro más prometedor. "José Luis García (transcribo literalmente) da de alta en la biblioteca municipal a su hijo Alberto solamente 24 horas después de su nacimiento".

Era inevitable que recurriera al libro de las comparaciones. Y lo hice. Con cierta frecuencia acostumbran a salir en la prensa noticias referidas al alta de bebés en un equipo de fútbol. Al día siguiente de su nacimiento, e incluso a las pocas horas del mismo, los padres inscriben en el padrón de socios de su equipo favorito al recién nacido. De modo que éste se convierte en el socio más joven del club, si bien, al poco tiempo acostumbra a aparecer otro que bate el récord, aunque sea sólo por unas horas o minutos.

Nada tengo contra el fútbol, como ya he manifestado en más de una ocasión en estas mismas páginas. Más bien, por el contrario, soy seguidor de mi Unión y de mi Sporting y, además, tengo dos hijos que llevan practicando este deporte desde hace ya muchos años. Sin embargo, y sin ánimo de emitir ningún juicio de valor, creo que el caso del pequeño Alberto es digno de resaltar. Y, sobre todo, naturalmente, hay que agradecer el gesto de un padre que ha intentado, aunque sea de un modo simbólico, hacer que el bebé diera lectura a las primeras páginas del libro de su vida.

Y como la vida es una sucesión de estampas, más o menos repetidas, no puedo dejar de comentar lo sucedido hace años con el hijo de un gran amigo mío que fue pretendido por uno de los equipos grandes de nuestra tierra, cuando aún tenía 9 años. Vistas las circunstancias: un buen estudiante, que tendría que cubrir bastantes kilómetros a la semana para entrenarse, y que, por ello, regresaría tarde a su domicilio, amén del partido de los domingos, mi amigo rehusó el ofrecimiento del club, pensando, sobre todo, en que las molestias causadas a su hijo no compensaban todo lo que, a cambio, perdería.

Al final de la temporada, cuando se reunió la directiva del club, y al tratar de este caso en concreto, alguien mostró su perplejidad ante la actitud del padre, al que calificó de bohemio. Más o menos, las palabras del directivo fueron: "Quién sabe quién será ese padre. Un bohemio o algo así".

A buen seguro que el citado directivo debió recordar que, entre otras características, un bohemio es una persona ajena a las directrices de comportamiento habituales, por lo que se refiere a la estética y a las obsesiones materiales de la sociedad. Es decir, que vive al margen de la escala de valores al uso. Lo que quizás no se daba cuenta en aquel momento era de que sus palabras resultaban el mejor elogio a la figura de ese padre. Una actitud de coherencia similar, en cierto modo, a la del padre de Mieres, capaz de ver en la lectura el presagio de una prometedora carrera para su hijo.

Seguro que muy pronto el pequeño Alberto recordará la cita de Maurois: "El arte de leer es, en gran parte, el arte de encontrar la vida en los libros y, gracias a ellos, de comprenderla mejor". A fin de cuentas, de eso se trata. De leer mejor el mundo, para que no nos engañen.

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