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Relatos de estío

¡Cierra los ojos y vuela! (II)

Primer premio del IV Certamen de relatos familiares "David Varela" de Turón

Aunque en mi casa andábamos justos de dinero, no nos podíamos quejar mucho, teníamos ropa bastante buena, que mi madre hacía, era una excelente costurera y mucha gente le hacía encargos, era dinero extra que entraba en casa. Fui a la escuela, ese día habíamos hablado de escritores españoles y del cuerpo humano. Nunca se me olvidará la lección de ese día, no sé por qué, pero la escuela me encantaba, me apasiona aún hoy bucear en mares de letras y dejar que la mente de otra persona se fusione con la mía. Sé que he tenido mucha suerte al aprender a leer de niña, mi madre no supo leer hasta los veintisiete años, mi padre la enseñó, decía que era necesario, por si algún día él faltaba. Siempre quise ser maestra, pero a los quince años me vi obligada a dejar la escuela y desde entonces no he recibido más enseñanza que la que he conseguido por mi cuenta, con los libros que mi padre me compraba. Casi todos de segunda mano y novelas aburridas sobre algún romance latino, eso sí, muy casto todo, lo que la censura permitía. Los libros que más me gustaban eran los de viajes y aves, siempre me han fascinado las aves, que envidia, ellas pueden viajar y volar lejos, pasar físicamente las lindes grises y mohosas de este valle, yo solo podía imaginarme cómo serían los lugares sobre los cuales leía, Valencia y Cuba eran mis ciudades favoritas y jamás había visto ni una triste foto. Para mí la vida cambió cuando entre las páginas de un libro que por fuera parecía de chistes, por las guirnaldas que tenía dibujadas en las pastas, y por dentro ocultaba cuentos maravillosos, cuentos de músicos viajantes, de historias terriblemente tristes, del mar y de un pájaro que renacía de sus cenizas, en este último cuento, el del Fénix de las dunas, había escrito algo como "¿Quieres volar? Pues cierra los ojos". Nunca se me olvidarán esas palabras. No pude llorar más cuando mi madre usó ese libro para avivar el fuego, esperé y esperé, pero de allí no salía volando nada, me harté de esperar, pero esas páginas, nunca más volverían a volar en mi compañía.

La ansiada primavera llegó, derritiendo ya la ennegrecida nieve vieja de un valle minero, dejando a su paso el verde de las pedreras pintando de nuevo las faldas del valle. Mi tarea ese día era llevar la comida a mi padre, que trabajaba en Polio, menudas caminatas que me pegaba, recorriendo los caminos de Turón, como si de las venas de un cuerpo infinito se tratara. Caminos que tanto quiero, por todo lo que en ellos he vivido, y que tanto odio porque mucho nos han limitado, a nosotros, a la gente de este lugar que no teníamos aquí más recursos que un mineral y el trabajo que este daba y en especial a mí, que soñaba con volar lejos, con perderme en el mar como una de esas gaviotas sobre las que tanto había leído. Como el ave fénix, mi amado ave fénix, que se alimenta de la combustión, tal y como este valle hizo. Yo, ingenua, crecí sin saber lo que era un político, crecí sin saber lo que era un embarazo, claro que antes de estas cosas no sabíamos tanto como ahora, crecí sin pisar más lejos de Oviedo, crecí bajo el yugo de una dictadura, crecí siendo mujer con ganas de explorar en un país en el que los pantalones de explorador eran exclusivos de hombres. Crecí encauzada, tal y como los frejoles lo hacen con un palo que guiaba mi trayectoria. Pero, ¿qué pasaba si intentaba romper esa guía? ¿Me perdería del rebaño como decían en misa? ¿Me castigaría dios?, o por el contrario, vería mi esfuerzo recompensado de alguna manera, ¿sería algún día capaz de salir de este Turón? ¿Y si el resto de lugares eran así?`

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