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Relatos de estío

¡Cierra los ojos y vuela! (y III)

Primer premio del IV Certamen de relatos familiares "David Varela" de Turón

Me negaba a que el carbón fuera lo único que importara, me negaba a que la tierra, con el derecho de una madre, se cobrara las vidas de los mineros a cambio de carbón que calentaba a otros en su mayoría, me negaba a que ese calor fuera para hacer barcos en los que los ricos y los perseguidos se alejaban de sus raíces, me negaba a que el esfuerzo de tantos hombres como mi padre se viera tan poco recompensado. Y tanto escribí a favor de esos perseguidos como mis tíos, en contra de los ricos, sobre la falta de recursos de la clase obrera, sobre mis pájaros y las lindes de la mente humana, que la primavera se me pasó como el soplo de una brisa en la hierba alta. El día de San Juan, hicieron una hoguera y la gente bailaba en la romería, yo atontada miraba al fuego, ensimismada esperaba ver a un pájaro salir de las columnas de llamas. Lo más parecido a un fénix que vi en mi vida, fue un pitu, al que le tuve que cortar la cabeza y siguió corriendo un rato ya sin ella. Triste, triste que a todo lo que aspiraba, se me convirtiera en cenizas a momentos, yo escribía y escribía y cuantas más páginas llenaba más me daba cuenta que solo unos pocos privilegiados podían ir a estudiar a las grandes ciudades, nada me hervía más la sangre que la desigualdad de clases. Yo, tan mujer como todas, sabía que mi destino era fregar, planchar, tender, cocinar, atender a un marido y tener hijos. Pero mientras la rutina del valle me mataba y algo tenía que hacer, no podía quedarme de brazos cruzados viendo a mi familia partirse el espinazo para rascar un día más.

Un día, la guardia civil se presentó en nuestra casa. Al parecer alguien les había informado de que mi padre y yo escribíamos y divulgábamos ideas antifranquistas y que mi padre mantenía contacto con sus hermanos que estaban en el monte escapados. Lo registraron todo, le pegaron una paliza a mi madre, a mi hermana y a mi hermano, y a mi padre y a mí, con solo dieciséis años, nos llevaron presos. Bien sabe dios que yo no tenía idea de lo que era ser de un partido o de otro, yo, ingenua, escribía lo que se me pasaba por la cabeza. Y lo dejaba en un arcón que tenía en la habitación.

Un guardia civil con un bigote muy espeso y unos ojos azules y diminutos que nunca olvidaré, me preguntó durante horas que por qué tenía esos escritos en mi habitación, que dónde estaban mis tíos, que quién me había enseñado a pensar como una roja de mierda, y un largo etcétera lleno de insultos y de golpes. Les dije la verdad, que para ellos, era una mentira de "roja mocosa de mierda que apenas le han salido las tetas a esa puta, y ya le han salido los ideales de rojos, como a los piojosos de sus tíos". Juro que dijeron eso. Me raparon la cabeza y me hicieron beber el peor brebaje de mi vida, aceite de ricino, creo que lo llamaban, solo provocó en mí que no me pudiera apenas mover sin que vomitara. Una semana después me dejaron a la puerta de mi casa, torturada y rapada, no volví a ser la misma. Jamás pensé que volar me iba a doler, pero cuán equivocada estaba.

Sin las lindes del valle, las estaqueras de los praos, eran los límites de la vida en Turón, las normas de la iglesia y de la dictadura eran las lindes de las mentes en Turón, no solo en mi valle, en otros muchos valles mineros en los que la clase obrera estaba castigada, en los puertos de mar y en el resto de España.

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