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Desde mi Mieres del Camino

Antonio Navesso o la autenticidad de la bohemia

La huella y el legado que dejó un pintor creativo inolvidable en el municipio

A salto de mata entre Lena y Mieres que, por cierto, en su día estuvieron unidos por lazos administrativos, a uno le viene la vena veraniega de rebuscar, entre los entresijos del recuerdo, aspectos nunca olvidados pero si tapados por el férreo marcaje del día a día. ¿A quién se le pudo ocurrir detener, durante esta etapa estival que finaliza, el pensamiento en la figura de un personaje, hoy desparecido, cuyas cenizas reposan en el Cantábrico, pero nunca borrado del mapa de un pretérito más o menos reciente, como es la figura de Antonio Navesso, de profesión pintor creativo, y de trayectoria vital con fuertes amarras en la liturgia bohemia? Punto y aparte.

Muchas veces el recuerdo se vuelve juguetón, comienza a enredar más la madeja y juega con los efectos de una imaginación más o menos voluptuosa que, a la conclusión puede convertirse en puro producto volátil y de falsa identidad. Pero no es el caso porque Navesso estuvo con nosotros, participó, a su forma y manera en el discurrir de la vida y dejó semilla sembrada que hoy, en su memoria, intentaremos recoger en constancia sensata y sensible, a través de rasgos que marcaron su singular versión de sentir y desarrollar la existencia humana.

Dicen ciertas crónicas más o menos verificadas que Antonio Navesso provenía del madrileño, es decir, de la propia capital de España. Como otros muchos emigrantes de interiorismo español, llegó a tierra asturiana con la intención de "comerse el mundo", acompañado de la familia. Y con su peculiar carga de ilusiones, tomó tierra lenense donde permaneció mucho tiempo ganándose la vida a golpe de mata.

Su visión existencial parece que le había costado el acompañamiento de pareja, quedándose solo con la descendencia que, afortunadamente fue encontrado asiento y atención en familias solidarias del concejo, para seguir, no muy lejos del padre, el camino de la vida. Esta fue una fase que él sufrió en silencio y que aceptó con todas las consecuencias, para dar paso, suelto y sin amarras, a la luminosidad de un camino que solo, o aparentemente solo, figuraba en su mente, es decir, la creatividad a golpe ignorado por la racionalidad y el anarquismo por bandera, eso sí teniendo como punto de conexión con el resto del mundo, su producción pictórica que, por cierto, pocos réditos habría de darle, si acaso alguna cajetilla de tabaco.

Porque Antonio era generoso, solidario a su forma y manera, abierto, desprendido y sobre todo lejos, muy lejos de las absorbentes tendencias actuales del absolutismo capitalista y las codicias terrenales. Un día tuvo una idea -las ideas de Navesso no respondían a grandes reflexiones- y creó los premios "Puerta de Asturias" basados en el hecho de que el concejo de Lena abría el camino hacia las anchas Castillas y desde ellas recibía el flujo de las Españas. Varios fueron los personajes, todos ellos asturianos, que recibieron el galardón por su destacada andadura en las diversas facetas del quehacer público, artísticos, deportivo?. Como muestra citemos al gran actor gijonés Arturo Fernández, o al incomparable as del fútbol en su día, Enrique Castro, Quini. Y todo se realizaba desde distintos puntos típicos de la piel lenense.

Algo debió de ocurrir cierto día -Navesso no era fácil explayador- que sorprendentemente, cambió el escenario de estos encuentros y se trasladó a los altos mierenses de San Tirso, final de esta Güeria, donde, al menos por una vez, con motivo de las fiestas patronales, y en sintonía con la comisión, se repitió la escena de la entrega de los premios, correspondiéndole, en esta ocasión, y como figura destacada, al insigne asturiano, Sabino Fernández Campo, Conde de Latores, quien no tuvo reparo alguno en esperar pacientemente sentado en una silla de tijera, dentro del prado de la fiesta, a recibir el premio.

Cuentan otras de sus crónicas que en cierta ocasión, llevando ya más de diez días encerrado en el pabellón deportivo de la Pola, a base de cerveza y cigarrillos, durmiendo en una especie de tablón con una manta y elaborando incansablemente un gigantesco cartel dedicado a varios intérpretes asturianos de la canción popular, fue rescatado por Celso Fernández, a la sazón director de Mieres-COPE y el que suscribe, ante la posibilidad de que su enclaustramiento repercutiese seriamente en la salud.

Este menda, amigo incondicional de Antonio Navesso, tuvo oportunidad de vivir, a su lado, lances que indudablemente rompían con la más elemental lógica, pero que retrataban, de frente y cualquier lado, el duende inesperado de creador y del artista increíblemente despistado. Eran tiempos de su plenitud creativa en Lena, cuando tuvo la oportunidad de exponer una de sus excelentes colecciones en la Casa de Cultura "Celso Granda". Y, estando ambos comentando los pormenores de la cuelga y el ambiente que había suscitado, observo que hay un peque de unos nueve o diez años que se encuentra mirando detenidamente los cuadros expuestos. Y le digo a Navesso: "Mira, hasta público infantil acude arrastrado por el interés de tu obra". Ni corto ni perezoso Antonio se acercó al niño y le pregunta: "Que, nenín, ¿te gusta mi pintura?" A lo que el infante responde: "Si. mucho, papá". No hace falta añadir que era uno de sus hijos acogido por una de las familias de la Pola.

El último episodio que recuerdo también tiene material de relación entre ambos. El 18 de mayo de 1990, a mis compañeros de la información comarcal y a un sector del pueblo de Mieres, se les ocurrió reunirse en torno a mí con motivo de la despedida del trabajo informativo diario. Navesso quiso acudir pero no tenía dinero para abonar la invitación. Consciente de ello la comisión organizadora, le abrió la puerta con toda dignidad. Antonio accedió al salón de la sala Yubana, donde se celebraba la cena, y a la hora de entrega de recuerdos y regalos, puso en mis manos un maravilloso retrato a plumilla, de mi persona, que guardo como oro en paño en uno de los mejores lugares de residencia habitual. Con permiso de todo el mundo, siento que fue el obsequio más entrañable que recibí ese día.

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