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Profesor de la Universidad de Oviedo

José Antonio Priede, por Amadeo Gancedo

Merecido homenaje al jefe de obra en el campus universitario de Mieres

Creo que tengo motivos suficientes para que la expresión de mi reconocimiento público al artículo de don Amadeo Gancedo aparecido en LA NUEVA ESPAÑA del pasado domingo no sea una intromisión cogida por los pelos, sino una modesta pero fundada forma de contribuir al homenaje personal e institucional que merece una persona entrañable y un profesional tan competente (y con tanto tacto para los recuerdos) como don José Antonio Priede, jefe de obra en el campus universitario de Mieres.

Como muchos de ustedes, amables lectores, habrán tenido ocasión de comprobar (y si no, les invitaría ya mismo a que lo visitasen, con la venia del rector de la Universidad y de la directora del centro), lo de Mieres se trata de una mastodóntica, luminosa, alucinada, alucinante y arriesgada apuesta de futuro de recorrido iniciático a todas luces demasiado largo e incierto. Atención: mismamente como suelen referir las crónicas el arranque de no pocas grandes obras. Así lo creo, así quiero creerlo, y así se lo cuento.

Por su contribución técnica, por derecho propio, Priede merece estar en el cuadro de honor de la Escuela Politécnica de Mieres, como tantos que creyeron en ella y duermen el sueño de los justos, y siempre antes que tantos que, con todo derecho, nunca creyeron en ella, o de quienes, aún no creyendo, se dieron la oportunidad de encaramarse en fotos y lápidas conmemorativas. C'est pour l'Histoire, que dicen que decía Napoleón. Punto y seguido. No me corresponde añadir aquí nada a lo ya dicho en el sensible y mencionado artículo sobre la obra de Mieres, en cuyos segundos primeros pasos -marchando una de currículo- me cupo un trabajo colateral, junto a otros colegas que formábamos parte del equipo crepuscular del rector Julio Rodríguez, visionario, oportunista, valiente, arriesgado y noblote como pocos. El caso es que la Escuela de Mieres y sus anexos han sido el único centro en la historia de la Universidad que se adelantó en mucho a las necesidades del momento. Y eso tiene un precio. Punto y aparte.

Como profesor universitario tuve el honor y la satisfacción de tener mi más intensa relación con José Antonio Priede diez años antes del inicio de la peligrosa aventura de Mieres, también de la mano de Julio Rodríguez, por aquel entonces decano de la Facultad de Química, quién procuró que el rector Marcos Vallaure nos designara al profesor Enrique Sánchez Uría y a mí como representantes de los intereses institucionales en las obras de la Facultad de Química en el campus del Cristo, unas obras que, como ya se dijo, y se dijo bien, por el profesor Siro Arribas, cronista irreemplazable e irreemplazado, comenzaron hacia abajo, demoliendo estructuras viciadas, fallidas y empantanadas durante años. La pequeña gran historia de aquellos casi cuatro años de trabajo ilusionado e ilusionante (y que me atrevería a etiquetar de ejemplar) entre divos de la arquitectura, currantes y aprendices de la ingeniería, entre feroces constructores, autoridades, técnicos avezados y usuarios pejigueros, ya ha sido contada donde y cuando procedía. Allí también se dijo, y doy gracias por la oportunidad de reiterarlo tantos años después, que si aquello funcionó tan bien en todos los sentidos fue gracias, muy particularmente, a personas como José Antonio Priede, tan leales e inteligentes como para armonizar los intereses de su empresa con los intereses de los clientes de su empresa. Un hombre de trato encantador, con todos los sentidos, particularmente la vista y el tacto, al servicio de un proyecto común. Si lo de Mieres ha sido un continuo bailar con lobos, aquello fue discurrir serenos por cañadas, a veces oscuras, pero siempre seguras.

Gracias también a este oportuno artículo de Gancedo sobre Priede, con un reportaje fotográfico a su merecida altura, me entero de que ha habido en nuestras respectivas trayectorias otras actividades y otros lugares comunes. Cosas de la vida.

Acabo. No es exageración: prácticamente cada vez que levanto los ojos al techo de mi despacho tengo un recuerdo agradecido para José Antonio Priede (él, seguramente, recuerda el motivo de tal asociación de ideas) y lamento no encontrármelo con la frecuencia de antaño. Un abrazo desde aquí, Priede, con el reconocimiento profesional y el afecto personal de los viejos y buenos tiempos.

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