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Desde la Meseta

El tren de la esperanza

La crisis de los refugiados y su peregrinación hacia un destino mejor

Llevo varios días que, a la par que almuerzo, veo y oigo el telediario con las terribles imágenes de personas, familias enteras, jóvenes, viejos, mujeres embarazadas, niños bien pequeños, andando por carreteras intransitables, agolpados en estaciones de ferrocarril, trenes donde no cabe ni un alma más y que no llevan destino fijo alguno. Algunos han sacado hasta billete con destino a Austria o Alemania. Comentan a nuestros corresponsales que van hacia donde tienen familia que allí está establecida.

Tienen hambre, sed y yo diría hasta de justicia. En su país de procedencia han dejado los pocos enseres que allí tenían, pero ellos se marchan buscando, primero la paz, porque huyen de la guerra.

Creen que Europa es la panacea del bienestar, del trabajo, de la educación de sus hijos y que aquí se vive mejor; diría, simplemente se vive, cosa que no logran en su tierra.

Errantes, son castigados por la policía de alguno de los países a donde llegan sin refugio, ni en una maldita tienda de campaña. Malviven como pueden y ya empiezan a tener frío, porque la estación estival se acaba y en centro Europa el sol calienta menos.

Mientras todo esto sucede día tras día, la Comunidad europea, viene prometiendo una solución a su grave problema, hasta que, por fin, el tren o mejor dicho los trenes, de la esperanza se ponen en marcha.

Pero es tal la cantidad de gente que huye hacia mejor sitio, que los trenes ya son escasos para acarrearlos: deben de poner autobuses. Pero ellos, esos inmigrantes ya tienen otra cara, diría que hasta de felicidad. Esos ferrocarriles y autobuses ya les lleva hacia donde pretenden. A donde tienen una acogida, a donde les ayudan, les dan alimentos y agua, dejan de ser errantes.

Decía uno de los corresponsales españoles que hasta la policía sonreía, que ya no les maltrata, que les ayuda en su peregrinar. Tres mil kilómetros les separa de su original país. Llegan con lo puesto, no conocen el idioma y empiezan una nueva vida, eso sí, con esperanza gracias a la caridad de algunas organizaciones.

Pienso que, por fin, podré almorzar sin que un nudo se me ponga en la garganta, sobre todo con esos niños tan pequeños que tantas penurias llevan pasando desde hace tantos días. Y así podremos llegar a cumplir con las tres virtudes teologales: fe, esperanza y caridad.

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