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Velando el fuego

Otros patios

Los lugares comunes de Facebook y la situación de Cataluña

Hay ventanas que dan a territorios extraños, lo mismo que hay otras que se abren a parajes familiares. Todas forman parte de eso que se ha llamado el mundo, que no es más que una bola achatada en la que convivimos del mejor modo posible, que la mayoría de las veces consiste en pegarnos codazos para que no nos echen de nuestra esquina. Razas de colores distintos, religiones con diferentes etiquetas, y hasta posturas que se debaten entre el Kamasutra mejorado y las tradiciones más conservadoras se mezclan en el solar universal que alumbró a Adán y Eva como los pioneros de la especie. No sobra nadie, aunque cada año se renueva el padrón con amplitud, y lo más importante, a fin de cuentas, es que cada cual esté satisfecho con la parcela que le tocó en suerte.

Como la mayoría de mis conocidos, y de los que no lo son aún, acostumbro a encender el ordenador y, tras escribir el usuario y la contraseña correspondiente, entro en Facebook, lo que es tanto como decir que abro la ventana que asoma a mi patio particular. Conozco bien el paisaje por el que me muevo. Tengo amigos de los que sé hasta el número de su documento de identidad y he hecho otros que proceden de un árbol común. Así, puedo vaticinar, a través de los comentarios de mis familiares virtuales, si están de un humor de perros o se encuentran tan frescos como una flor en mayo; si han reñido en serio con su pareja o se trata tan solo de un breve desencuentro; si piensan votar a los partidos tradicionales o se inclinarán, en cambio, por una de las opciones emergentes; si están a favor del toro de lidia o se posicionan en contra de "El Toro de la Vega; incluso las veces que respiran por minuto o los proyectos que tienen para las próximas vacaciones. Todo ese amplio equipaje cabe en mi patio particular.

Sin embargo, en ocasiones me cruzo por las calles con personas que no conozco, y de las que sólo podría decir que son altas o bajas, o que tienen el pelo echado a un lado o que no necesitan peine por las mañanas. Y lo mismo me ocurre si me equivoco de cafetería y, en lugar de entrar en la habitual, doy a otra en la que los parroquianos me miran con ojos cargados de indiferencia, o de sueño, o de ambas cosas a la vez. Es entonces cuando me pregunto de dónde ha salido esa gente que no forma parte de mi vecindario, y pronto caigo en la cuenta de que hay multitud de ordenadores que se encienden con usuarios y contraseñas que no guardan relación conmigo.

Quizás por eso anoche tuve un sueño raro. Acostumbrado a repetir los mismos dígitos cada vez que quiero entrar en la red, mis dedos se equivocaron y acabé en un patio que no conocía. El ambiente estaba muy animado, pues se acercaban las elecciones del 27-S en Cataluña. Había grupos que enarbolaban banderas independentistas y otros que se preocupaban más de los recortes sanitarios o de llegar a fin de mes. Y, como era lógico, no faltaban los indecisos, que aún estaban pensando en acudir a las urnas, aprovechar la mañana para darse una vuelta por las Ramblas o meterse todo el día en la cama. En todo caso, pensé que cada uno de nosotros debe preocuparse de tener ordenado su patio, sin que tengamos que decirle a nadie cómo tiene que organizar el suyo, o cómo colgar la ropa, si con pinzas rojigualdas o con otras que tengan los colores propios de la senyera. Por mucho que a los fabricantes de ordenadores les interese propagar la idea de que todos proceden de la misma marca.

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