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Colaborador de AFA-Asturias

El alzhéimer, esa silenciosa y dulce violencia

Reflexión social sobre el día mundial de esta enfermedad

Suena chocante concebir el alzhéimer como "silenciosa y dulce violencia" porque, de todas todas, es un infierno, un calvario, un horror sin paliativos, sobre todo para las familias que lo padecen.

Que sea una fuerte violencia orgánica salta a la vista por la destrucción progresiva de las conexiones neuronales del paciente y por la brutal degradación humana que arrastra. Minando la memoria, deja al afectado sin armas para controlar sus más urgentes necesidades orgánicas hasta postrarlo en la cama como un vegetal e invierte, por así decirlo, el proceso de la vida al convertir al adulto en niño dependiente de su entorno. Abundan, por lo demás, los casos en que el mismo paciente se vuelve agresivo el tiempo que su deteriorara actividad neuronal le mantiene consciente de su irreversible decadencia.

La vida de una familia con el alzhéimer en su seno se torna, en el día a día, un cúmulo de frustraciones e impotencias permanentes. Sin duda, la muerte de un ser querido es un hachazo psicológico que excava en la mente de quienes lo rodean un agujero abisal, difícil de llenar. Pero el doliente cuenta afortunadamente con el tiempo como gran aliado balsámico. En cambio, en nuestro caso, el deterioro imparable de un ser querido, vivido durante largos años, causa enormes estragos en el ánimo de sus familiares. Podría afirmarse incluso que se trata de una espada asesina de doble filo, pues, haciendo tabla rasa de la vida humana del paciente, desmonta la vida social de quienes lo cuidan. Es el tiempo precisamente el que apuntilla al enfermo y socava las resistencias anímicas de su cuidador.

En esta sociedad, en la que priman abusivamente los valores biosíquicos y económicos, el alzhéimer es, en lo económico, un pozo sin fondo y, en lo referente a la vida, una corrosión. De ahí que cuestione seriamente nuestra actual forma de vida, tan regalada. Pero en ella hay otros valores importantes, a cuya luz cabe calificar de "silenciosa y dulce" la tremenda violencia humana del alzhéimer. Los valores epistémicos (el saber que vislumbra quiénes somos y qué hacemos en este mundo), los valores sociales (las enriquecedoras relaciones con cuantos nos rodean) y los valores religiosos (el amor que tanto nos engrandece y la esperanza radical en que, tras esta, habrá otra forma de vida feliz), nos facultan para situarnos por encima de la salud y del dinero, en pro de una "humanización" en la que quepa el inevitable contravalor de la muerte, incluso la tan cruel y lenta del alzhéimer.

A la luz de estas candelas, esta espeluznante enfermedad se convierte en "bendición" cuando favorece la conciencia de la futilidad y de la endeblez de la vida humana y facilita que la extrema necesidad haga brillar la "familia" cuando uno de sus miembros entra en un fatal deterioro imparable y todos los demás arriman el hombro para paliar sus efectos demoledores. ¿Alguien podría cuestionarse que el mutuo apoyo y el amor entre los familiares es lo más importante de la vida?

Lo de "silenciosa y dulce" tiene otra connotación capaz de generar por sí misma tranquilidad y complacencia. Me refiero a la cercanía del cuidador al enfermo y a la ternura y al amor que despierta en aquel la situación de este. Profundo silencio y pura dulzura son, por otro lado, el nexo más persistente e incisivo en la comunicación residual que el enfermo mantiene con su cuidador hasta su desenlace final. El acompañamiento, las caricias, la música suave y emotiva y, en general, la ternura es el lenguaje más universal y comunicador no solo entre los seres humanos que tienen activas todas sus potencialidades, sino también en los casos en que estas se hallen sumamente debilitadas o sean residuales, como es el caso incluso cuando los enfermos llegan a la situación casi vegetativa.

Asturias es una región que se caracteriza por la longevidad de sus habitantes. Ahora bien, de todos es bien sabido que el alzhéimer y la longevidad van de la mano: mientras es el 1.5% de la población mundial la que padece esta enfermedad, tan enorme porcentaje se eleva hasta un 15% en los mayores de ochenta años. Ello hace que en Asturias haya unos 20 mil enfermos y que más de 50 mil asturianos tengan que desempeñar un papel protagonista en el anfiteatro de tan cruel enfermedad.

Dejemos constancia de que este submundo de tanto dolor y frustración pivota casi exclusivamente sobre las espaldas de los cuidadores y sobre el acierto de asociaciones que tratan de cuidar, sin apenas apoyos públicos, a los cuidadores. Al celebrar un año más, el 21 de este mes, el día mundial, sirvan estas pocas líneas no solo para tributar un emotivo homenaje a cuantos se están dejando la piel en este menester, sino también para manifestar públicamente que los cuidadores de enfermos de alzhéimer prestan un servicio impagable a toda la sociedad.

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