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Dando la lata

Santa Rita, Rita, Rita...

La amistad y el dinero no dan buenos resultados

Lo que son las cosas. Mi madre aún recuerda que, siendo una niña, una compañera de colegio le pidió prestado creo que un duro. Ella, con toda su buena voluntad, le dio la moneda, que jamás recuperó. Y, para colmo, aquella niña no volvió a dirigirle la palabra. Porque eso sucede con bastante frecuencia. El acreedor se queda sin el dinero y, encima, el deudor le retira el saludo. Y como al primero se le ocurra preguntar acerca de la devolución del préstamo, más que nada por saber si hay probabilidad de que se produzca en esta vida o mejor hacerse a la idea de que lo que ya se fue nunca volverá, el segundo se hace el ofendido y lo larga con cajas destempladas. ¡Habrase visto el descarado! ¿Pues no pretende que pague lo que le debo? A mí me ha sucedido. Incluso, con mi dinero me hicieron un espantoso regalo que no quería para nada. Y si sugieres que mejor se ahorra el gasto en gilipolleces para amortizar la deuda, aunque sea parcialmente, para qué quieres más. Menuda desfachatez. Desagradecido, que eres un desagradecido. Y el que se ha quedado sin el parné lo pasa fatal cada vez que coincide con el moroso, que continúa como si tal cosa. Y el pobre incauto víctima del sablazo se muere de vergüenza, incapaz de sacar el tema, no vaya a ser, no se ofenda, no le ponga en un aprieto.

Lo cierto es que no recuerdo haber recuperado nunca el dinero que presté. Ni una explicación. Ni una disculpa. Sencillamente me quedé si él.

Bueno, miren como es el tema que conozco a alguien que entregó cierta cantidad a una persona que estaba pasando apuros económicos, con la curiosa circunstancia de que a esta, poco tiempo después le tocó un pastón en la lotería. ¿Se acordó del que le echó una mano cuando estaba contra las cuerdas? No. Ni siquiera le devolvió el dinero. Santa Rita, lo que se da... Y si te he visto no me acuerdo.

La experiencia dicta que la mezcla de amistad y dinero no suele dar buenos resultados. Adiós al dinero y adiós a la amistad. En consecuencia, hay dos actitudes recomendables: no abrir la cartera o, de hacerlo, que sea a fondo perdido.

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