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Dando la lata

Vigilados

Las suspicacias por la publicidad que recibimos

No recuerdo el motivo, pero acabamos conversando sobre lo que fuimos y somos, del paso del tiempo, de la pérdida de facultades, de lo mucho que aguantábamos antes, cuando no había resaca que nos impidiera repetir ni catarro que nos metiera en la cama y de lo poquito que resistimos hoy, que quedamos noqueados al tercer vino y con un catarro vulgaris pedimos el ingreso en el hospital. Y yo comenté, ya que estábamos en un bar -para variar-, que una de las cosas que noto actualmente es la pérdida de oído cuando hay barullo como, por ejemplo, en ese mismo bar, con la tele alborotando y la parroquia alborotando más aún. Entonces, me apodera el griterío y se me apaga la charla. Con lo fino que oía yo en circunstancias adversas, como pegado al bafle de una discoteca.

Bueno, la conversación terminó, nos fuimos a casa y al día siguiente cuál sería mi sorpresa al abrir el buzón y encontrar la carta de una empresa especializada en audición: "¿Ha perdido oído?". En letras bien gordas, como para ser bien leídas por los que perdieron vista -entre los que también me incluyo-. La leche. Aquí hay gato encerrado. Imagínenme en el portal de casa, con la carta de marras en la mano e intentando localizar la fuente del espionaje. Porque no me digan que no es como para pensar que la noche anterior mi conversación estaba siendo captada. Y como ya voy siendo mayorcete y, quién sabe, también puedo estar flaqueando de memoria, sin transcurrir un día completo ya tenía el recordatorio en el buzón. Casualidad, pensarán ustedes. Sí, casi seguro. Pero qué mosqueo.

Porque ya hemos perdido la capacidad de sorpresa ante lo que sucede en internet, que tecleas por teclear, por ejemplo, Sebastopol, y en cuestión de segundos se te viene encima una catarata de ofertas para viajar a Sebastopol, para hospedarte en Sebastopol, para comprar en Sebastopol. Incluso una señorita ligera de ropa y de cascos te anuncia que te espera en Sebastopol.

Y pasas de una página a otra, entras en el correo electrónico, curioseas en el Facebook, y te aparece Sebastopol por todas partes. Hasta ahí, vale. Pesado, pero vale. Pero que te vigilen por la calle para venderte un audífono, como que no.

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