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Después de la resaca

He preferido esperar unos días para que se fuera disolviendo la resaca de los Premios "Princesa de Asturias". Y vaya, como primer apunte, que, salvo por los intereses que existen para hacer aparecer ante la opinión pública una cadena de identidades allí donde no las hay, toda la barahúnda que se ha producido a su alrededor bien podría haber quedado en nada a poco que hubiera existido predisposición a separar la nata de la leche. ¿Acaso se puede estar en contra del perfil humanista y de la mirada sensible y crítica sobre el pensamiento actual de Emilio Lledó? ¿Es posible ignorar la importante contribución de Esther Duflo en sus estudios sobre las causas de la pobreza y las soluciones que propone para su erradicación? ¿Cómo no admirar los esfuerzos continuos -véase la campaña "Paremos el ébola en África del Oeste"- de la Orden Hospitalaria San Juan de Dios? ¿O qué decir de la luminosa narrativa de Leonardo Padura o de las investigaciones de Emmanuelle Charpentier y Jenniffer Doudna que permiten reescribir el genoma y corregir genes defectuosos? ¿O de la visión wagneriana de una obra de arte total como la del innovador maestro cinematográfico Francis Coppola? Y ello sin referirme a los premiados en años precedentes, tales como José Hierro, Claudio Sánchez Albornoz, la ONCE, Leonard Cohen o Bob Dylan por citar a los primeros que me vienen a la memoria.

Parece admitido por todos que en una sociedad democrática protestar es sinónimo de buena salud. ¿Por qué, pues, tanto empeño en meter a antimonárquicos y Premios en el mismo envase? ¿Acaso no es sabido que el destino natural de la nata y de la leche es la separación? En el caso que nos ocupa, no tendría que existir ningún inconveniente para lucir un pin republicano en la solapa y, al mismo tiempo, desear que los premiados pudieran extender su magisterio por todos los rincones de nuestra región. Ojalá fuera así, y en Langreo pudiéramos tener la oportunidad de conocer de primera mano algunas de las últimas aportaciones sobre materias que sin duda resultan relevantes para nuestra sociedad.

A mi juicio, uno de los aspectos más llamativos de lo sucedido días pasados ha sido lo que yo denominaría la "ceremonia de la confusión". Y no me refiero a los actos intrínsecos de la propia gala, sino a los esfuerzos que algunos políticos tuvieron que hacer para cumplir con los conceptos filosóficos del ser y del estar. Lo que por lo común denominamos como el "quedar bien", o lo que es lo mismo: poner la imagen por delante del contenido. Ha habido frases de todo tipo, y, sobre todo, algunas que estaban hechas a medida, cuando no calcadas de años anteriores. Si bien, gracias a los materiales de coser que desde hace tiempo usa cada cual, ya conocemos de sobra la textura con que cubren su verbo. Desde los puros titubeos: iré a la concentración o no iré, depende, ya veremos, quizás esté de viaje?, hasta otras más burdas, aunque intenten pasar como telas refinadas. En este sentido, resultan esclarecedores (aunque también tristes, cuando no patéticos) los esfuerzos del mayor partido de izquierdas por manejar un metalenguaje que les permita tirar al mismo tiempo del hilo y de la aguja. En unos casos: "Yo me considero republicano y monárquico", y en otros: "Yo soy monárquico y republicano". Lo que es tanto como intentar el imposible ejercicio de hacer coincidir la antítesis política en una misma puntada. En fin.

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