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Desde mi Mieres del Camino

Una transformación de 60 años

El municipio mierense ha dejado atrás una época fértil para atravesar momentos difíciles

Las estadísticas están ahí para que de vez en cuando el ciudadano curioso, atento al discurrir de los acontecimientos de su pueblo, recoja realidades del pasado y, a veces, se quede con la boca abierta pensando en su interior, pero, ¿éste es posible? Y casi siempre la respuesta le viene como por encanto. "Pues claro que sí, no solo es posible, sino que también palpable". Y todo por la irrupción de nuevas formas de vida, algunas tecnológicas y otras de reconversión demográfica y, en este caso, sobre todo, de decadencia industrial.

Estamos a punto de decir adiós al presente curso anual de 2015 e iniciar la andadura de 2016. Pues bien, con una mirada retrospectiva y los instrumentos de veracidad necesarios, vemos lo que era el concejo de Mieres hace sesenta años, es decir, en 1956. Y para tomarle la temperatura al asunto de una forma bastante concreta, no veo mejor camino que recoger datos estadísticos en cuando algunas profesiones, establecimientos comerciales, centros de recreo y tendencias sobre los deseos preferentes de atención. Y de la recopilación se encargó el amigo Constantino Diez, "Tante", alma mater de la tertulia "Por el Camino", que para estos casos en un lince.

Refiriéndose a los profesionales se ha detenido en el campo sanitario. Y según su estudio, por aquel entonces, Mieres tenía censados ochenta y cinco médicos, cuarenta y cinco practicantes (a saber, ATS), cuatro dentistas y seis matronas. Que conste que ya figuraba en nómina la atención hospitalaria con la entonces denominada "Residencia Sanitaria Enrique Cangas" de Murias -hoy Hospital Alvarez Buylla en su nueva ubicación de Santullano- así como también el nombrado como ambulatorio de la Seguridad Social de la actual calle Pérez de Ayala, convertido ahora, principalmente, en centro de salud Norte.

Pasando al ámbito comercial se descubre que la piel municipal mierense arrojaba, en lo que respecta a establecimientos, ciento sesenta y dos comercios de ultramarinos y comestibles, ciento veintitrés carnicerías, cuarenta y ocho fruterías, catorce pescaderías, cincuenta y ocho comercios de tejidos y confección, ciento y una mercerías y veintisiete ferreterías. Claro aún no habían irrumpido las grandes superficies, pero si funcionaban los economatos laborales.

El campo de la especialidad relacionada con la cultura y el ocio, alcanzaba también su peso específico con once librerías cuando en la actualidad, al margen de los llamados quioscos, no pasan de media docena. Y para el entretenimiento de la colectividad, en primer lugar estaban los cines y teatros con un montante de trece salas, mientras que actualmente no existe ningún foro de tales características, si nos olvidamos, por un momento, del conjunto de salas del centro comercial Caudalia. Eso sí, lo que es una oferta cinematográfica o teatral, a su forma y manera, la tenemos en la Casa de Cultura Teodoro Cuesta, un poco en el Ateneo turonés, y alguna manifestación puntual en el resto del territorio, con cierta ventaja puesto que si antes en todo caso se exigía el correspondiente desembolso económico, ahora, y en algunas ocasiones, resulta gratis por los programas del centro cultural dependiente del Ayuntamiento. Sobre la realidad cinematográfica que ofrecen las estupendas salas del conjunto comercial de Santullano, uno tiene la impresión de que no se valoran en su justa medida, ni la comodidad de sus seis salas ni tampoco la programación con las mejores películas del momento.

Aún queda la posibilidad de conciertos musicales o exposiciones artísticas. Cierto que ahora proliferan quizás con mayor abundancia que entonces, pero, también aparece como tendencia, el poco interés que algunas manifestaciones despiertan, teniendo solo a disposición la Casa de Cultura o el foro del campus universitario y, como mucho, el pabellón de Santullano. Un detalle a destacar es el hecho de disponer, actualmente, de numerosas agencias de viaje que antes apenas asomaban en el mapa local. Y es que se ha puesto de moda eso de "mover el esqueleto" hacia otros escenarios, sobre todo Benidorm, donde existe mucha "marcha". A pesar de ello hoy está el detalle simpático de que los bebés de esta plaza acuden ahora a clase musical en el centro de la calle Escuela de Capataces. Por cierto que, con respecto a la cultura, no se les ocurra, actualmente, organizar ningún acto de este tipo o manifestación similar, sin antes consultar el calendario futbolero, porque si la fecha y la hora coinciden con algunos de los "impagables" del Real Madrid y F. C. Barcelona, incluso del Real Sporting de Gijón y del Real Oviedo, te puedes ir dando cabezadas contra la pared, ante la más ridícula asistencia a tu muy amada programación cultural. Y es que aquí en Mieres y hasta en Sebastopol, el fútbol, hoy día, "manda" más que el jefe de cualquier estado, sea monárquico o republicano.

Y vamos con los establecimientos de bebidas, algo así como "con la cuestión vital hemos topado". Si en el 1956 había trescientos ochenta puntos fijos donde saborear un buen vino -pincho incluido- o tomarte un cubata o similares, en la actualidad es posible que la cifra se quede corta aunque, salvo las salpicaduras de cada zona o barrio, "el folclore beberil" se concentra en determinadas lugares, como la tradicional calle del vicio -¡perdón!, del ocio, es decir, La Vega- seguida en su día por la calle Covadonga, hoy un tanto en decadencia, la que promueve, con su escaparate el parque Jovellanos en sus arterias circundantes, sobre todo la calle Aller, la de Fernández Cabeza y ya con factura más nueva, y todo el atractivo de la total peatonalización en la denominada como Jerónimo Ibrán. De todas formas no olvidamos aquellos tradicionales puntos de concentración ciudadana en barriadas, otras calles mierenses, o en los núcleos importantes del concejo, donde ayer, hoy y seguramente mañana, seguirán acudiendo los clientes leales.

En fin, que la panorámica ha cambiado y si bien, con este reportaje no se ha pretendido establecer un riguroso estudio de comparación entre dos épocas, bien claro está que salta a la vista y así lo dice el detalle de que en 1956 arrojaba el municipio un censo de 70.000 habitantes y el año pasado 41.000. Ahí está el principal secreto del "misterio".

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