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Dando la lata

Fábada OMS

Consternado tenemos a uno de los miembros más activos de la tertulia del contenedor. El pasado domingo fue con su esposa a un restaurante y allí intentaron convencerle para que degustara una "fabada OMS", cuya principal característica es la sustitución del tradicional compango 100% porcino por otro a base de carnes blancas de pollo y pavo. Una vergüenza. Tal fue su indignación que, de inmediato, abandonó el establecimiento para tomar asiento en una sidrería de las de toda la vida. Lástima que allí no sirvieran fabada, como en tantos locales típicamente asturianos, en los que no se oferta el plato más típicamente asturiano. Pero no cedió ante la fabada desnaturalizada y descochinada. Hasta ahí podíamos llegar. La OMS, por muy OMS que sea, no es quien para poner patas arriba nuestras costumbres alimentarias. Recordemos que la OMS también fue la responsable de la alarma global sobre la epidemia de gripe A, que iba a llevarnos a casi todos por delante. Ahora, lo que tenemos son millones de vacunas caducadas. Así que, ojito. Yo también caí en la estupidez de comprar salchichón de pavo y sucedáneos de embutidos de base vegetal. Una mierda pinchada en un palo. No creo que los inventores de semejantes bazofias las coman. Más bien tendrán las despensas repletas de jamón ibérico y chorizos de Cantimpalo. Por descontado que no voy a caer otra vez en ese error. La corbata de seda, el zapato de piel, el calzoncillo de tiro largo, el papel higiénico de doble capa y el compango de gocho. Y no hay más que hablar.

Doctor, si sigo sus recomendaciones, me pongo a caminar todos los días, dejo de fumar, de comer lo que me apetece y de beber lo que me gusta, ¿viviré más? Pues no, pero el tiempo que viva se le va a hacer eterno. Pues eso, que así no es plan. Que la fabada OMS se la coman los espabilados de la OMS, si tienen estómago para ello. Desde la tertulia hacemos un llamamiento a la calma y a respetar las tradiciones culinarias de esta gloriosa tierra. Y quedan advertidos de que al que sorprendamos promocionando esas guarrerías pavisosas en descrédito de nuestro maravilloso gochín, lo tiramos al contenedor. Porque no vale ni para reciclar.

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