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Francisco Palacios

Pasado imperfecto

Francisco Palacios

El origen bélico de un himno

"La Marsellesa" nació en 1792, con la Francia revolucionaria en guerra con Austria

Tras el sangriento atentado terrorista de París, el presidente François Hollande proclamó con énfasis en el Parlamento: "Francia está en guerra. Los actos cometidos son actos de guerra". Al final de esa solemne sesión parlamentaria de afirmación nacional, los congresistas franceses entonaron "La Marsellesa", que durante algunos días se convirtió en un himno de moda, con toda su fuerza simbólica y emotiva. Se cantó en las calles, en los teatros, en la Sorbona, en los campos de fútbol de Europa. Hasta la interpretó el organista de la catedral parisina de Notre Dame.

Pues bien, ese himno tan repetido estos días (junto a la masiva presencia de la bandera tricolor) nació precisamente hace dos siglos y cuarto, en 1792, cuando la Francia revolucionaria declaró la guerra a Austria. El alcalde de Estrasburgo le encargó entonces a un discreto capitán del Cuerpo de Ingenieros, también poeta y músico, una marcha militar para animar a las tropas que iban al frente. Sólo una noche tardó Claude Joseph Rouget de Lisle en componer aquella pieza patriótica, que pronto se llamó "La Marsellesa", convirtiéndose en el himno de la revolución y después de Francia.

Desde ese momento, "La Marsellesa" fue un instrumento de resistencia o de subversión, prohibido o venerado según la coyuntura histórica. Hoy es un símbolo y un mito: su aprendizaje es obligatorio en Francia para los niños de la educación infantil y primaria.

Por ironías del destino, la obra culmen de Rouget de Leslie no sólo pasó desapercibida en su tiempo (su nombre no figura en el texto), sino que fueron perseguidos y guillotinados buena parte de los nobles y oficiales que habían sido los primeros en escuchar aquel canto de guerra. Rouget, que también estuvo a punto de ser ejecutado, se ganó la vida como pudo y tuvo problemas con la justicia por negocios oscuros. A los setenta años, viejo y amargado, Luis Felipe I de Orleans, el rey ciudadano, le concedió una pequeña pensión, que sirvió para aliviar unos años su precaria situación económica. Cuando Rouget Leslie murió en 1836, nada sabían de él la mayor parte de los franceses.

Después de un largo período de postergación, "La Marsellesa" volvió a sonar con fuerza durante la Primera Guerra Mundial. Las autoridades francesas ordenan ahora que el cadáver de Rouget de Leslie fuera enterrado en el panteón de hombres ilustres bajo la cúpula de los Inválidos, junto al mismo Napoleón. Una gloria póstuma para un oscuro capitán que, por veleidades del destino, no había sido más que un poeta de una sola noche, como lo definió Stepan Zweig. Una noche que le bastó para componer una marcha triunfal que se hizo universalmente famosa. Y que ahora vuelve a cantarse como una suerte de simbólica catarsis después de unos actos terroristas que forman parte de un conflicto que nada tiene que ver con aquellas guerras convencionales del siglo XVIII.

Por otra parte, la guerra es una constante histórica: una verdadera institución. Al margen de cualquier valoración, durante siglos el destino del mundo se viene decidiendo en los campos de batalla.

Actualmente, en el magma bélico en que está sumido el Oriente Próximo se enfrentan, desde hace tiempo, intereses de muy diversa índole: políticos, económicos, culturales, étnicos, religiosos, geoestratégicos. Y sobre todo se enfrentan visiones del mundo manifiestamente antagónicas, para cuya conciliación de poco han servido la buena voluntad, los símbolos o las proclamas pacifistas. Ni la utópica y onerosa Alianza de Civilizaciones.

Con "La Marsellesa" de fondo, el presidente Hollande sentenció que Francia estaba en guerra". Y reclamó una alianza internacional contra el terrorismo yihadista: tal es la complejidad del conflicto armado que se ha desencadenado y extendido desde el Próximo Oriente al resto del mundo.

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