Estamos en otoño en esa seronda tan asturiana y luminosa, cuando el paisaje se torna más plácido de sensaciones cromáticas. Es época de transición, de castañas, de paseos por el campo, de foresta cargada de razón, de esfoyazas, de setas? Momentos para el pensamiento, la tradición, la búsqueda de ambiente rural, la pasión animosa entre amigos, los recorridos por los parques naturales y especialmente el disfrute de una Asturias distinta y plural donde las panorámicas se vuelven afectas y los montes y valles irradian belleza profunda y lontana.

El otoño es un tiempo atrayente, triste por momentos, pero preñado de poesía visual allá donde te encuentres, de rincones ocultos, de sorpresas en la mitad del camino, de cinegética, de limpieza natural, de apertura al crudo y largo invierno y de evocación continuada. Mientras tanto se suceden actos envueltos de etnografía, antropología e historia antañona donde la Asturias primigenia, la de siempre, aparece con la fuerza de un volcán, el cimbreo de la luz matinal, las ganas de un saetero y la seducción de unos días abiertos, agradables, movidos y gastronómicos? Porque en estos cortos días de humedad, diáfanos en las alturas y suaves en el llano, la comedera surge casi de manera espontánea y esas felices jornadas culinarias se suceden por todo el territorio asturiano como llama extendida y aviso obligatorio. Es la seronda, palabra agradecida y bien definida en lengua vernácula, con un perfil semántico que representa a las hojas caídas, a esos amagüestos intensos, a esos encuentros boscosos donde afloran las senderuelas, los níscalos, las galampernas? setas en definitiva que apuntan a la riqueza forestal de viejos entornos y bosques vivientes. Y como ejemplo Redes. Estos días comienza la verdadera danza de su panorama multicolor con esa orgía variada de ocres, rojos, amarillos, verdes. Lenguaje luminoso y total en una parafernalia sorprendente que determina lo que significa un auténtico paisaje montañés, clarividente y dando fe de un cambio medioambiental. Y todo preparado para alcanzar ese invierno níveo, extenso y frío. Mientras tanto aquí está el otoño, una estación sentida, guapa, tranquila y parsimoniosa donde los bosques se tiñen de un singular manto pictórico, los caminos pletóricos de erizos castañeros y hojas marronadas, las casas de comidas concurridas de amantes de los placeres de la mesa y la vida más tranquila se deja llevar por estas jornadas de mudanza, cambio y ambiente, sólo perturbada por ese otoño caliente de la mala política, del imperio autocrático y de la provocación. Para muchos mientras haya buenos nabos, cebollas rellenas y matanza la vida sigue y apenas se transforma...