Ya hemos importado otra cosa más y hasta con fuerza. Ya existían los debates, pero más o menos flojitos, controlados y con escasa participación de audiencia. Pero ahora han llegado nuevas caras y con diferente "color", nuevos partidos políticos, nuevas leyendas que llaman la atención a los viejos y nuevos votantes. Pero también nos invaden nuevos y jóvenes políticos que surgen, afirman decir, con nuevas ideas, con muchas promesas de un mejor gobernar, de acabar con el paro, de subirnos la pensión y de garantizarnos el futuro bienestar.
Y todos ellos se han plantado en los estudios de las televisiones y entre ellos mismos se han puesto no a deliberar, sino más bien a discutir, a pelearse sobre quién lo va a hacer mejor en el futuro. Este futuro que ya está a la vuelta de la esquina, rozando primero con la Lotería del 22 de diciembre, la Navidad el día 25, los Santos Inocentes el 28 y cerrando el año el día 31. Es decir, que cuando estamos celebrando todas estas fiestas, la suerte política ya está echada y hasta, probablemente, quién o cuál de los batientes en lid ya puede estar sentado en la Moncloa y algunos otros hasta en los sillones azules del Congreso de los Diputados.
Yo soy mayor para estos trotes, es decir, debates. Me ponen nervioso. El primero de ellos, a cuatro, lo aguanté bien, pero el cara a cara entre los dos supuestos opositores a Presidente del Gobierno, lo siento, pero lo quité y me busqué una película de cine negro, que me inquieta pero no me pone tan nervioso ni de tan mal humor.
Si la pretensión de los debates era sacar de duda a los votantes, ojalá lo haya logrado. A mí no. Que voy a facer, uno ya ye vieyu pa estes coses y pa otres.
