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Dando la lata

Riqueza verde

Dicen que el ser humano es tan cabezota que no suele aprender ni escarmentar si no a fuerza de golpes. Recientemente, a base de incendios.

A ver si de un puñetera vez en esta región se ponen las bases para sacar el patrimonio verde asturiano de su actual estado de abandono. Nadie cuida el paraíso natural que pretendemos vender. Nadie lo ordena. Nadie impulsa su aprovechamiento sostenible. Ahí está, echado a perder, a disposición de los desalmados del mechero.

Sé que es mucho pedir que el Gobierno del Principado haga algo, pues su característica fundamental en este tiempo es la inoperancia. Pero es que, de continuar adelante con la política de pasividad, vamos a terminar cargándonos irremediablemente esta maravillosa tierra. Olvidémonos ya de "fabriconas", de nuevas hunosas y ensidesas. Aquellos tiempos pasaron para no volver y es hora de ponernos en pie y caminar con lo que tenemos a mano, lo nuestro. Y nuestros son los bosques, de los que es posible obtener beneficio sin dañarlos. Es más, cuidándolos, como se puede comprobar en los Pirineos franceses, en la Selva Negra, en Suiza y, sin ir tan lejos, en Soria, una provincia que entendió que la mejor manera de conservar la riqueza forestal es trabajándola, rentabilizándola.

El desastre medioambiental que estamos sufriendo ha sido causado por los criminales del mechero y la lata de gasolina, qué duda cabe. Pero no es menos cierto que estos seres despreciables encuentran en nuestros montes un terreno abonado para sus barbaridades. Aldeas despobladas, bosques cargados de maleza, nadie que vigile, que atienda, que se interese. Un polvorín con la puerta abierta.

También soy consciente de que es inútil exigir que el Gobierno del Principado sea imaginativo y valiente a la hora de darle el sentido que merece al patrimonio natural asturiano. Está demostrando una incapacidad tal que sería como pedirle peras al olmo. Pero la simple observación de los muchos ejemplos existentes de lo que se puede conseguir debería bastar para dar inicio al giro radical que los montes, los bosques y la Asturias rural necesitan a gritos. Porque ya está bien de no hacer nada, de ser siempre los últimos de lo bueno y los primeros de lo malo. La posibilidad existe; ahora, hay que querer aprovecharla.

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