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Desde Bembéréké

Los niños de Benín

La esclavitud del siglo XXI que viven los hijos de familias con escasísimos recursos en África

Un año más, la Misión que la Diócesis de Oviedo tiene en Bembéréké nos ha recibido con los brazos abiertos y tanto el Padre Alejandro como el Padre Antonio hacen que nos sintamos como en nuestra propia casa.

El viaje ha sido como siempre largo y duro, pero una vez en Bembéréké nos damos cuenta que ha merecido la pena y una vez recuperadas las fuerzas y aclimatados nuestros cuerpos al nuevo terreno que vamos a pisar y sentir, renovamos nuestras energías y comenzamos a sentir la triste canción de África, pues la miseria, la pobreza y las ínfimas condiciones de vida en las que condenamos a una buena parte de la población mundial a vivir siguen resultándonos insoportables.

Cada época, cada sociedad y cada lugar tiene la realidad que se merece, pero en este caso estos hombres y mujeres que pueblan lo que hemos dado en llamar Tercer Mundo (sigo siendo un incrédulo, porque sigo pensando y creyendo firmemente que solo hay un mundo, no tres) no se merecen vivir en estas condiciones, máxime cuando lo que se supone que es el Primer Mundo vive de una forma radicalmente distinta, ya no voy a decir que ni mejor ni peor, pero sí muy diferente en cuanto a medios y recursos, de los que dispone sobradamente, y a pesar de ello es incapaz de compartir con sus hermanos de los países pobres un poco, solo un poco, de lo mucho que tiene.

Quizás se deba a que el humanismo ha perdido, sin duda alguna, mucho terreno en nuestra actual forma de vida y esa sea la causa de la incredulidad creciente de la "civilización moderna" en donde su humanidad se siente tan amenazada por las guerras, el terrorismo, la crisis económica, la contaminación... que se aparta de sus valores más intrínsecos o interiores y se conforma con disfrutar de todo lo que la rodea los más rápidamente posible (del dinero, de la alimentación, de la comodidad, en fin, de lo que consideramos placeres sin los que no puedes ser feliz) pareciendo con ello que renuncia a algo que no le sea propio o pueda consumir rápidamente.

Nunca hasta ahora los hombres, al menos de los países ricos, habían dominado hasta tal punto la naturaleza, conocido tal prosperidad, tal longevidad, tal bienestar, jamás habían gozado de semejante protección política y social, de tan amplios medios de acción, de tan prodigiosos logros técnicos.

Pues bien, siendo así, como se puede consentir que en el mundo se mueran a diario miles de niños de una malnutrición congénita (hambre) o de enfermedades ya curadas y erradicadas en las sociedades avanzadas o lo que es más singular y propio del país que visito, Benín, que haya niños esclavos en plena era del mayor avance tecnológico y social del mundo "civilizado".

Les cuento esto porque nada más llegar me impacto mucho oír a chavales que conozco de años anteriores, al preguntarles por sus hermanos, decirme que habían ido a Nigeria.

Lo que en principio puede parecer una simple emigración económica, es decir abandonar tu lugar de nacimiento y tu familia para encontrar un trabajo mejor que el que tienes y que te permita darles una vida mejor, resulta ser si se profundiza un poco una forma moderna de esclavitud.

Al hablar de este tema con el Padre Alejandro me cuenta los muchos casos que conoce de niños que trabajan como auténticos esclavos en granjas de Nigeria y me remite a un articulo suyo publicado en l número 32 de la revista "En la Calle", titulado "Los Niños del Benín" y que también ha publicado en su blog personal.

Me impactó tanto su lectura y, lo peor, comprobar por mí mismo que eso hoy en día ocurre, que con explícito permiso paso a narrarles algún párrafo del mismo.

"Un día llega un extranjero a un poblado de esta zona de Benín, estudia la situación fijándose sobre todo en las familias más numerosas y con niños de corta edad. Más tarde habla con el padre y le pide que confíe a alguno de sus hijos para llevárselos con él a una granja donde aprenderán a trabajar, comerán bien y pocos meses después volverán con dinero. A cambio le ofrece al padre una cantidad de dinero como ayuda o anticipo, equivalente a unos 60 Euros". "Su edad oscila entre los 8 y 12 años y acompañarán en el trabajo a otros niños algo mayores con promesas que nunca cumplen". "El niño o niños se van y en algún caso regresan años más tarde contando condiciones de trabajo inhumanas y aún más para un niño, jornadas de sol a sol los siete días de la semana en granjas que son autenticas cárceles"

Lo triste, es que esto se repite año tras año y cualquier niño de aquí te cuenta que su familia vive en una permanente situación de miseria y eso los obliga a salir a buscar algo que pareciendo mejor, casi nunca lo es.

Este es el caso de Benoit, un chaval de un poblado de aquí a quien conocí personalmente el otro día y que vivió esta situación hace unos años y que volvió a su casa recientemente, pero ya no siendo el mismo, su cara nos lo expresa, pues le gusta hablar poco de ello. Un mundo que permite que los niños del Benín pasen por estas situaciones, ni es mundo, ni es civilizado, ni es nada, simplemente es un mal mundo y para ellos que lo sufren es un auténtico infierno.

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