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Desde la Meseta

A mí un caballo

El optimismo y el pesimismo es algo que ya se tiene desde bien pequeños

Cuéntase de un monarca que tenía dos hijos. El mayor, excesivamente sensato, era más bien pesimista. En tanto que el pequeño era el colmo del optimismo. Sus padres estaban aburridos con el mayor, debido, como decía, a que todo lo veía de color negro. Y no había posibilidad de que cambiase de tendencia por más que se esforzaban. Más, con cierta astucia, pensaron en añadir una coletilla en las cartas que ambos hijos escribían a los Reyes Magos y de esa forma pensaban que los Magos ayudarían a cambiar esa tendencia, sobre todo con el pesimismo del mayor.

Y así llegó el día 6 de enero de ese año y el primero en despertar ese día, fue a ver qué le habían traído los Reyes. Le habían dejado una hermosa y espaciosa maqueta, con trenes, estaciones, cambios de vía, montañas, casas, vamos toda una ciudad con servicios, luces... Los padres alucinados con aquel regalo tan bueno. Pero el hijo, con cara triste, decía: "Sí, está muy bien, han sido los Reyes Magos muy generosos, pero si falta la corriente los trenes ya no funcionarán, las luces se apagarán y... de poco vale todo ello.

Mientras el hijo mayor especulaba con su posible desgracia, pasó corriendo su otro hermano con una gran caja debajo del brazo. Dicha caja contenía excrementos de equino. Así que su padre le preguntó: Hijo, y a ti qué te trajeron los Reyes. El chaval, sin parar de correr hacia otra puerta de salida de la gran habitación, sin mirar a su padre respondió: "A mí un caballo, pero lo estoy buscando".

Estas cosas pueden ocurrir en cualquier casa el día de Reyes, con el mejor o peor regalo que pueda dejarse caer, porque un niño es feliz con una simple caja de cartón, atada con una cuerda, en tanto que una niña, con una muñeca que come, habla, llora y hasta hace pis, encuentra a faltar unos simples cacharritos de aluminio para una cocina hecha de madera incluso sin pintar.

Porque así es nuestro optimismo y pesimismo desde bien pequeños.

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