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Velando el fuego

Un curso de cocina

Los mejores platos, también en la política, son los que se preparan a fuego lento

De verdad, chica, que no hay quién lo entienda. ¿Cómo dices? Para quien sea aficionado a conocer los prolegómenos de cualquier crónica, diré que la conversación que menciono se producía en el bar en donde es fácil encontrarme todas las mañanas a mediodía, y que quienes se despachaban de ese modo eran dos mujeres jóvenes, sentadas una enfrente de la otra. Y también que, salvo que hubiera decidido cambiar de sitio -lo que hago en algunas ocasiones, cuando la charla discurre por vericuetos demasiado íntimos y, por tanto, de escaso interés para mis oídos-, las palabras me llegaban con la suficiente nitidez para que, sin que tuviera que esforzarme, me resultara fácil seguir el diálogo que tenía lugar a escasa distancia de donde yo me encontraba.

La extrañeza de la joven que había tomado la palabra en primer lugar se debía a que su padre estaba acostumbrado a bramar a causa de las reiteradas duplicaciones que se venían produciendo, desde hacía ya muchos años, en el panorama político de nuestro país. "Siempre los mismos", era, según la hija, una de sus frases preferidas. Si no es el PSOE es el PP. ¿Acaso, decía a veces en tono de guasa, en esta cocina no hay más que carne y pescado? ¡Siempre los mismos! ¡Si hasta parece una maldición! -apostillaba a veces en un tono menos bromista.

Lo paradójico del caso -ésa fue la frase exacta- era que ahora que la despensa de la cocina se había llenado con más alimentos, su padre tampoco estaba contento, ya que se pasaba parte del día diciendo que vale que hayan llegado dos partidos nuevos, que es bueno para evitar la dieta monótona que padecíamos, que ya está bien de carne y de pescado, que en la variación está el gusto y cosas así?, pero que a ver si se ponían pronto de acuerdo para cocinar el menú.

-¿Qué menú? Parecía claro que su amiga no era muy aficionada a los libros de cocina. Pues cuál a va a ser: el Gobierno, la toma de posesión del nuevo Ejecutivo; saber, a partir de ahora, quién mandará en este país -contestó la primera-. Aquí la otra hizo un gesto de asentimiento con la cabeza: no sé bien si porque ya había logrado comprender la receta o tan sólo como una muestra de complicidad, y se dedicó a seguir con todo interés el resto de la conversación.

Cuando se marcharon, volví a mi lectura del periódico. En la página que tenía abierta, se cruzaban apuestas sobre las posibles combinaciones que pueden darse dentro de unos días. Hay quien es partidario de poner un uno en la quiniela; otros un empate, y, cómo no, alguno más osado se aventura por el triunfo en campo contrario. Votar a favor, abstenerse o hacerlo en contra puede significar que la cocina sea ingobernable, o, incluso, que haya que llamar a un albañil para que tome las medidas a una nueva: lo que puede significar gastar más dinero y más energías, para que, al final, resulte una copia de la existente.

Fue en ese momento cuando caí en la cuenta de que no hay que tener prisa. Los mejores platos son los que se cocinan a fuego lento, si no se quiere que se endurezcan o se rompan. Lo que me convenció, aún más de lo que lo estaba, de que todos necesitamos hacer un curso de cocina. Y, además, completo.

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