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Dando la lata

El lunes triste

Según nosequé estudio realizado por los norteamericanos, el día más chungo del año fue el lunes 18 de enero, que ellos denominan "blue monday" o lunes triste. Según dicen, en esa fecha se produce tal concentración de elementos negativos que conducen a la tristeza y el abatimiento que no hay peor día. El fin del periodo navideño, el subidón de la cuesta de enero, la liquidación de las tarjetas de crédito, el frío habitual en esa época, que es lunes, que el año estará recién estrenado pero los problemas siguen siendo los de siempre, todo a la vez arrastra al pobre ciudadano a la depresión y la melancolía. Bueno, pues advertido de tal circunstancia, el lunes 18 de enero hice mi vida en estado de alerta en previsión de los disgustos y malos rollos que el blue monday parece que lleva aparejados. Me pasé la jornada evitando enfrentamientos, huyendo de discusiones, sorteando las aristas y las zonas rugosas y ásperas de la cotidianidad. No abrí una sola carta por temor a recibir una mala noticia, no vi ni escuché un solo informativo, respondí al teléfono en contadas ocasiones y nunca antes de haberme cerciorado de la identidad del comunicante, me alejé de internet y las redes sociales. Y llegué al final del blue monday con cierto orgullo por haber logrado esquivar las balas de tristeza del fatídico día, que no es que fuera particularmente bueno y digno de ser recordado, pero tampoco fue tan malo como auguraba el vaticinio yanqui.

Pues claro que no fue tan triste y negro. ¿Por qué? Pues por la sencilla razón de que algún memo de por allá, de Pensilvania, Ohio, Montana o vaya usted a saber, hizo mal el cálculo de modo que el día malo de verdad, pero malo requetemalo, fue el martes 19, el siguiente al blue monday. Uno se levanta relajado, tranquilo, en la supuesta seguridad de que la tempestad tristona ya desapareció, pero qué va, que era del martes del que había que protegerse. Y me pilló de lleno, incauto de mí, confiado y desprevenido. Uno de esos días para, de haberlo sabido, no salir de la cama. Un espanto. No vean ahora qué mosqueo. Porque no suele haber dos sin tres.

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