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Desde la Meseta

Nunca es tarde

Amistades que perduran en el tiempo a pesar de las distancias

Algo puede tener almacenado en el subconsciente y hasta casi olvidado, cuando una tarde de frío invierno suena el teléfono y un matrimonio me llama desde Andalucía. Poco importa la provincia de las ocho que esta región tiene en el sur de España, porque no sé si llamaban desde Granada o desde Málaga. Pero, eso sí, nada menos que con 35 (se lo pongo en letra para que vean ustedes que no me equivoco con el número: treinta y cinco) años de diferencia ambos quieren hablar conmigo para darme las gracias sobre un favor que les hice en ese momento, ahora tan lejano y recordado.

Refresqué la memoria en un instante y un montón de cosas se agolparon con ese puntual recuerdo. ¿Se lo cuento? Pues allá va, porque tiene miga, a estas alturas con una dura corteza.

En los años 60 y antes de ir a vivir a Langreo, todos los domingos iba a cortejar a Sama en el tren que salía de la estación de Oviedo con destino a El Entrego. Y por la noche, sobre las 21 horas, regresaba a Oviedo desde Sama. Y así fueron unos cuantos festivos, bastantes sin exactitud. A partir de 1965 que yo aterricé definitivamente en Sama, los viajes se producían al revés, puesto que yo iba a Oviedo los sábados a primera hora de la tarde y regresaba a Sama los domingos después de comer. El tren el mismo y, lo más interesante de la historia, los revisores o interventores de esa línea Oviedo-El Entrego-Oviedo se repetían. Y así, con el tiempo, llegué a tratarme con todos ellos y viceversa. Después de recorrer todo el tren, se sentaban conmigo y charlábamos de lo divino y de lo humano. Sobre la familia, del trabajo, de lo que pintara en aquel momento y trayecto. Casi puedo decir que nos hicimos hasta amigos.

Al cabo de un tiempo, los revisores o interventores pasaron a los trenes de larga distancia y yo, ya viviendo y trabajando en Oviedo, dejamos de vernos, aunque de tarde en tarde nos cruzábamos en las calles de la capital del Principado de Asturias, momento que servía para preguntarnos por nuestras cuitas, de cómo nos iba la vida.

Más un puñetero día, falleció en Málaga el padre de los amigos que desde el inicio hablo y no era posible encontrar un billete en el tren expreso a Madrid. Lo que se dice a la aventura les acompañé a la estación del Norte y justo en ese momento vi a uno de aquellos revisores que iba en el expreso. Le paré, le conté el problema y resuelto quedó.

Han pasado 35 años y hoy aquella agradecida familia me llama para recordarme el hecho y agradecerme el favor.

Yo quiero acabar esta historia diciendo "que el tiene un amigo, tiene una mina".

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