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A contracorriente

Febrero

El mes del Carnaval y de los fayuelos, con un tiempo anómalo

Estamos en febrero, ese mes corto y carnavalero que abre las puertas a la primavera y retira con pocas ganas a un invierno que en esta ocasión apenas se ha visto por estos lares. Y sin invierno, gélido, lluvioso, níveo y friolero, la vida transcurre distinta, sin alma, sin temperamento, sin referencia, sin estación, sin geografía. Algo nos falta en este tiempo extraño y arrabalero para seguir la senda de las estaciones térmicas y mantener nuestras constantes vitales en plan de revista. El calentamiento global está haciendo mella en un planeta que comienza a sentir la erosión y el trato indiscriminado de sus pobladores que con sus actividades humanas convierten ese globo terráqueo en un sumidero sujeto a problemas imposibles y que a la postre dejan a la geografía de la vida en momentos de incertidumbre y desesperación.

Febrero con un clima alejado de sus sentimientos de estación fría vuelve por sus fueros y nos anuncia que son días de renovación, de esperanza, de carnaval festivo, de cigüeñas sin campanario, de santorales como la Candelaria San Blas o Santa Águeda, de mimosales, del despertar de un nuevo tiempo climático y de un tránsito cercano a la nueva y floral primavera. El invierno malvive con nosotros disfrazado de un verano maldito, sin precipitaciones, sin nieve, sin verdad y preñado de polución por todas las esquinas, un calor malsano que provoca esquizofrenias y terribles patologías.

Sin embargo la estación climática está ahí con todo su predicamento para apuntarnos que el tiempo pasa sin remisión y que este invierno incierto arrastra en su cuerpo termal mucha calamidad, mucha bacteria y mucha viscosidad.

Pero Febrero es ese tiempo de pocos días en el calendario, de momento bisiesto, de campos abiertos a la mies deseada, de cauces fluviales desconcertados, de bosques oscuros y cosidos a la foresta fría y desconsiderada, de la tristeza en el semblante y de valles y pueblos enganchados a senderos de paz y progreso. Y después llega el febrero de las carnestolendas, de la fiesta, de los fayuelos en el llar doméstico, de los disfraces y de la vida en la calle con desfiles multicolores, bulla, desenfreno y canciones populares. El carnaval ya se vive en todos los rincones y ese festejo carnal y animado servirá para envolvernos en horas de regocijo y terapia clínica con la intención de olvidarnos de la crisis permanente que nos azota y del universo político que nos agobia cotidianamente. Es febrero, mes recogido en 29 días y tiempo para pensar en el futuro cercano con una Asturias en el vagón de cola de las Comunidades Autónomas en crecimiento económico, con una sangría demográfica que asusta y con unos políticos que deberían preguntarse dónde se encuentra el mal endémico de nuestra tierra y tratar de buscar soluciones enérgicas. De momento sólo buenas palabras, pero el declive no sabe de retórica y este tiempo exige acciones drásticas y que convenzan a una población hastiada. Y en Madrid estamos asistiendo a un auténtico carnaval del diablo con un país dejado de la mano de esos padres de la patria que buscan su interés y se olvidan de todo. ¡Que siga el carnaval!

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