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Dando la lata

Ya está bien

La de cosas nuevas que se ven cuando uno, que habitualmente es el conductor, viaja como pasajero. Claro, puedes mirar hacia los lados, arriba, atrás, fijarte en las construcciones, en los cierres de los prados, en la superpoblación de eucaliptos, el árbol que se ha apoderado del paisaje asturiano, y en la increíble cantidad de basura que se acumula en las márgenes de nuestros ríos. Giramos a la derecha y avanzamos por el corredor del Nalón a la altura de Riaño. Madre mía, un vertedero tras otro coronados por chamizos de plástico y hojalata. ¿Paraíso natural? Es intolerable. Y perfectamente a la vista de cualquiera; que no nos cuenten que son de difícil localización. Qué sensación de abandono. Y qué tristeza al comprobar una vez más que somos extremadamente sucios y descuidados. Hace tiempo que la civilización occidental tiene asumido que el entorno natural no debe ser utilizado como estercolero, nosotros aún no lo hemos entendido. De la que vas al cementerio de Mieres por la senda peatonal puedes ver la de cosas que arroja la gente al río San Juan. Los alrededores están llenos de contenedores de basura. Pero no, no sirven, no pueden compararse con un río. ¿De dónde nos vendrá este apego a la suciedad, a levantar chabolas espantosas que afean el paisaje, a deshacernos de lo que ya no vale en cualquier lugar, en una laguna, en una ribera, en medio de un bosque, en una cuneta? Porque nuestros vecinos castellanos, cántabros, vascos, no son así, y muestran mucho más respeto por sus tierras. ¿Qué hace falta para que, de una maldita vez, hagamos algo para cuidar el entorno de las cuencas mineras? Ya está bien de convivir con la basura. Ya está bien de tanta permisibilidad. Ya está bien de mirar hacia otro lado, de pasar junto a un cauce atestado de restos de obra y de latas de aceite de motor y considerarlo normal. Ya está bien.

Nos aproximamos a La Felguera entre esqueletos industriales y modernos cadáveres, como el Centro Stephen Hawking. Pero no se me va de la cabeza el lamentable estado de las márgenes del precioso río que da nombre a toda una cuenca. Y, furioso y triste, me reafirmo: Ya está bien.

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